Errico Malatesta (1833-1932)

Errico Malatesta (Vida y obra)

Errico Malatesta
Errico Malatesta

Errico Malatesta (1833-1932). Nació el 14 de diciembre de 1853Santa María, Maggiore, Campania, (Italia)  y murió el 22 de julio de 1932 en Roma, Lacio, (Italia).

Fue uno de los grandes teóricos del anarquismo moderno y con él podemos decir que se cierra la etapa de los clásicos anarquistas (junto a Pierre-Joseph Proudhon, Mijaíl Bakunin, Benjamin Tucker y Piotr Kropotkin).

Su pensamiento post-materialista abre una corriente, hasta el momento inexistente en la teoría anarquista, hecho que le llevará a un conflicto ideológico con el mismo Kropotkin al que considerará cercano al positivismo. Sus teorías influirán en las nuevas corrientes filosóficas que surgen a fines del siglo XIX y comienzos del XX en torno al neokantismo y neoidealismo.

Biografía y aportes teóricos

Errico Malatesta nació en Santa María Maggiore (hoy Santa Maria Capua Vetere), a unos 30 kilómetros al norte de Nápoles, Campania, (Italia) en el seno de una familia de propietarios rurales. El padre Federico, con la mujer Lazzarina Rastoin, poseía una próspera fábrica de curtidos.1

Realiza estudios en una «Escuela Pía»; luego se inscribe en la Universidad de Nápoles, Campania, (Italia) donde estudia medicina durante tres años, sin graduarse.

En edad juvenil abraza los ideales republicanos de Giuseppe Mazzini. El 25 de marzo de 1868 es requerido por la Comisaría de Nápoles, Campania, (Italia) a causa de una carta de carácter subversivo dirigida a Víctor Manuel II; el 19 de marzo de 1870, aún con diecisiete años de edad, sufre la primera de una larga serie de detenciones policiales, tras un motín organizado por un círculo estudiantil republicano de la Universidad de Nápoles, Campania, (Italia).

En el 1871, después de la Comuna de París, abandonó las ideas republicanas para abrazar el anarquismo; en el mismo año se inscribió en la federación de Nápoles, Campania, (Italia) de la Asociación Internacional de los Trabajadores.

En 1872 se fue a Suiza para participar en el Congreso internacional de Saint-Imier; en aquella ocasión se hizo amigo de Mijaíl Bakunin, de quien se considerará su discípulo. Posteriormente, Malatesta inicia un período de viajes con la finalidad de participar en distintas agitaciones sociales. Entre los países en los que viajó figuran Suiza, España, Egipto, Rumanía, Francia, Bélgica e Inglaterra. En Egipto fue uno de los impulsores del movimiento anarquista local.

En marzo de 1885, para evitar la persecución en Europa, decide huir a la Argentina. Allá fundará sindicatos (la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos), promoverá la organización del proletariado, y a la vez se introducirá en fuertes luchas ideológicas con anarquistas individualistas.

En 1889 vuelve a Italia e inicia una larga etapa de creación y fundación de periódicos y revistas libertarias como «L’Associazione» (1889), «L’Agitazione» (1897), «L’Internazionale» (1901), «La Rivoluzione Sociale» (1902), «Volontà» (1913), «Umanità Nova» (1920), «Pensiero e Volontà» (1924); de las cuales, las tres últimas son las más importantes por su prestigio entre la prensa anarquista internacional de la época.

En 1891, en Suiza, funda el «Partido Socialista Revolucionario Anárquico», uniendo anarquistas ciprinianos y anarquistas propiamente dichos. Después de ser condenado a siete meses de cárcel en Italia y a arresto domiciliario, escapa a Inglaterra, (Reino Unido) desde donde pasa pronto a Estados Unidos.

En 1900, Errico Malatesta, un joven talentoso y curioso, establece su residencia en La Habana, la vibrante capital de Cuba. A medida que el siglo avanza, Errico Malatesta decide embarcarse en una aventura en busca de nuevas oportunidades y conocimientos. Es así como toma la audaz decisión de trasladarse primero a Nueva York, (Estados Unidos), y luego a Londres, Inglaterra, (Reino Unido) en busca de un futuro mejor.

Con una sólida formación como mecánico electricista, Errico Malatesta encuentra trabajo rápidamente en la bulliciosa ciudad de Nueva York, (Estados Unidos). Durante más de una década, se dedica apasionadamente a su oficio, perfeccionando sus habilidades y adquiriendo nuevos conocimientos técnicos para mantenerse al día con los avances científicos y tecnológicos de la época.

Sin embargo, Errico Malatesta no solo se enfoca en su carrera profesional. Movido por su incesante curiosidad y su interés en los movimientos sociales, se sumerge de lleno en el pensamiento científico y filosófico de la época. Asiste a conferencias y debates, lee vorazmente libros y periódicos, y establece contactos con intelectuales y pensadores progresistas, quienes, al igual que él, se sienten atraídos por las ideas novedosas y revolucionarias del momento.

Durante su estancia en Nueva York, (Estados Unidos) Errico Malatesta es testigo de los cambios vertiginosos de una época marcada por la industrialización y el surgimiento de nuevas corrientes de pensamiento. Desde los avances en la electricidad hasta las teorías científicas de vanguardia, Malatesta se mantiene constantemente actualizado, nutriendo su mente y enriqueciendo su comprensión del mundo.

Después de trece años en Nueva York, (Estados Unidos), Errico Malatesta decide emprender un nuevo capítulo en su vida y se establece en Londres, Inglaterra, en la histórica capital del Reino Unido. Allí, aprovecha las oportunidades disponibles para expandir aún más su horizonte intelectual y profesional. Londres, Inglaterra, (Reino Unido) conocida por su rica historia y su diversidad cultural, se convierte en el escenario perfecto para que Errico Malatesta continúe su búsqueda de sabiduría y experiencias enriquecedoras.

En resumen, la vida de Errico Malatesta en el año 1900 comienza en La Habana, (Cuba), pero su sed de conocimiento y su afán por los avances científicos y filosóficos lo llevan a cruzar fronteras y sumergirse en nuevas culturas. Desde Nueva York, (Estados Unidos) hasta Londres, Inglaterra, (Reino Unido) Errico Malatesta se posiciona como un experto mecánico electricista y un apasionado seguidor de los movimientos sociales y del pensamiento científico, nunca dejando de aprender y crecer intelectualmente. Su viaje es un testimonio de la importancia de mantenerse al día con los cambios y estar abierto a explorar las vastas posibilidades que el mundo tiene para ofrecer.

En 1907, en el «Congreso Internacional Anarquista de Ámsterdam, Holanda Septentrional, (Países Bajos)», (Actas del Congreso), vuelve a verse envuelto en pugnas contra los anarquistas individualistas. Este mismo año publicará polémicos artículos atacando el sindicalismo como cúspide del anarquismo. Entendía por tal no a la participación de los anarquistas en sindicatos sino a que los mismos se fundiesen en ellos. Sostenía la necesidad de la participación en los sindicatos (y otras organizaciones populares de lucha) pero a la vez la necesidad de la organización política de los anarquistas.

En 1914 interviene en el «Congreso del Fascio Comunista Anarchico», así como también participa en una campaña insurreccional dirigida contra la Monarquía de Saboya y el Vaticano. Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, Malatesta se muestra absolutamente partidario de la oposición activa al esfuerzo de guerra en todos los países por considerarla una guerra fratricida en provecho de los intereses de minorías explotadoras. Esto producirá la separación ideológica con Kropotkin (partidario de la alineación con Francia e Inglaterra). La separación se ejemplifica con la oposición de Malatesta al «Manifiesto de los 16» de Kropotkin.

En 1920 se produce una ola de ocupaciones de fábricas por parte de los trabajadores donde Malatesta participa, siendo inspirador del movimiento (desde la Unione Sindicale Italiana). Con la llegada de Mussolini, Malatesta es procesado por su participación antifascista en varias revistas. Prisionero en su domicilio, aislado y reprimido por el fascismo, muere el 22 de julio de 1932 en Roma.

En relación a sus teorías hay que decir que las desarrolló básicamente en un gran número de revistas y diarios que fundó y en los cuales participó activamente.

Alejamiento ideológico con Kropotkin

Las teorías de Malatesta tienen una base y un origen en Kropotkin, a pesar de que se diferencian en ciertos puntos, aumentando este distanciamiento a lo largo de sus vidas.

Las diferencias con Kropotkin se pueden resumir en cuatro puntos.

  • En primer lugar Malatesta, a diferencia de Kropotkin, cree que el anarquismo no se puede basar en el cientifismo. Afirma que el anarquismo es un ideal ético y social propuesto a la voluntad libre de los hombres, siendo la anarquía un orden natural, armonía de necesidades e intereses de todos, libertad completa en el sentido de una solidaridad asimismo completa, dándole un sentido ético y no científico a la definición.
  • En segundo lugar, Malatesta, a diferencia de Kropotkin, afirma que la voluntad y la conducta del hombre no están predeterminados y por lo tanto el hombre se forma socialmente.
  • En tercer lugar, critica la teoría de Kropotkin de «Tomar del montón»(Tomar los necesario que haya en los primeros momentos revolucionarios), ya que Malatesta afirma que no se debe esperar para empezar a producir y que no hay tal montón porque para él solamente la abundancia se lograba con el socialismo.
  • Y finalmente, una gran diferencia que los distanció definitivamente fue el posicionamiento de ambos ante la Primera Guerra Mundial: mientras Kropotkin apostaba por la intervención de los obreros en la guerra junto con Francia e Inglaterra, Malatesta fue un fervoroso opositor a la participación de los obreros en la guerra, viéndola como una simple lucha entre dos bandos igualmente imperialistas y pro-capitalistas.

Visión sobre el sindicalismo

Errico Malatesta ¿hacia 1880? 

Siguiendo con su pensamiento, cabe destacar su particular visión sobre el sindicato y su función dentro del movimiento anarquista.

Malatesta parte de la premisa de que el sindicato es necesario, y que los anarquistas deben participar en él o fundarlo cuando éste no exista. A pesar de esto, afirma que el sindicato es un medio y no una finalidad. Esta idea se basa en sus sospechas sobre el hecho de que el sindicato, si no se tiene clara su función y se le confunde con una organización política, puede convertirse en un pseudopartido, con tendencias jerarquizantes y autoritarias hacia la mayoría de los participantes que se acercan por su carácterreivindicativo. A la vez, cree que el sindicalismo no debe caer en el error del oportunismo y conformismo social, ni en la pura defensa de los intereses particulares pero que hay una tendencia en el propio sindicalismo que lo lleva a caer en eso (de ahí la necesidad de la organización anarquista separada).

La experiencia de la  Confédération générale du travail (CGT) en Francia y el declinamiento del sindicalismo revolucionario ante la represión de los Estados y las concesiones de los mismos hacia sectores moderados y negociadores parecieran darle la razón para muchos anarquistas.

Concepción económica

Respecto a su concepción en lo económico, la posición de Malatesta cambia a lo largo de su vida. En un primer periodo coincide con Kropotkin al considerar el comunismo como un sistema económico ideal.

Para él comunismo significa que:

«todos trabajan y todos disfrutan de todo. Basta solo saber cuales son las cosas que se necesitan para satisfacer a todos y hacer de modo que todas estas cosas sean abundantemente producidas».

Según el autor, no tendría que existir ni la moneda ni nada que la sustituyera, aunque sí un registro de las cosas pedidas y las producidas a fin de tener la producción a la altura de las necesidades.

Textualmente cita que:

«lo que queremos hacer por la fuerza es poner en común los terrenos, materias primas, instrumentos de trabajo, edificios y todas las riquezas que actualmente existen» (algunos anarquistas interpretan que por esto se refiere no al establecimiento del comunismo sino a la toma de los medios de producción por parte de los trabajadores que los ponen en funcionamiento, esta interpretación tiene mucho sentido pues es lo que propone en el mismo texto del que está sacada esa cita).

A pesar de esta afirmación, en un segundo momento de su vida, Malatesta sustituye este dogmatismo económico entorno al anarcocomunismo por otra idea: la de que cada localidad de personas experimente su sistema económico (mutualismo, cooperativismo, colectivismo o comunismo).

Aunque Malatesta está abierto a que las comunidades asuman el sistema económico que prefieran, tiene la certeza de que todas acabaran asimilando el comunismo como sistema económico ideal. De esta manera afirma que:

«Referente al modo de organizarse y de distribuir la producción el pueblo hará lo que quiera, tanto más cuanto que en la práctica puede verse cual es el mejor sistema (…) cuando se haya visto cual sistema es el mejor (el comunismo, según él), los demás lo irán adoptando».

Organización política y social

Sobre la organización política Malatesta sigue un método muy didáctico: en primer lugar define el origen del estado y del gobierno, posteriormente hace una crítica al sistema de estado y de gobierno en la actualidad y finalmente propone la alternativa del anarquismo como organización social y política.

Para Malatesta la palabra Estado significa el conjunto de instituciones que sustraen al pueblo la gestión de sus propios asuntos, para, mediante la delegación, confiar a algunos individuos la facultad de hacer leyes sobre todos y para todos (en esto coincide con Engels). Además, Malatesta insiste en el hecho de entender como sinónimos Estado y gobierno. La abolición del estado será, según él, la abolición de organización política que se apoya en la autoridad, y a la vez, la construcción de una sociedad libre y anti-autoritaria con los motores de la armonía y el concurso voluntario, para satisfacer todas las necesidades sociales.

El autor, a la vez, rechaza dos tipos de definiciones de Estado: en primer lugar, rechaza que estado se entienda como vínculo de conexión social, ya que por consiguiente, anarquía se podría entender como disgregación social. En segundo lugar, rechaza el concepto de estado meramente como poder central, ya que consecuentemente anarquía se podría entender solo como cantonalismo y comunalismo. Por estas dos razones, Malatesta propone evitar la frase «abolición de estado» y sustituirla por «abolición de gobierno».

Sobre el concepto de gobierno, Malatesta apunta que éste se ha constituido históricamente a partir de un hecho de fuerza (usurpación) o de la imposición por parte de un grupo social (predominio de la minoría sobre la mayoría). Respecto a este concepto, el autor nos da dos definiciones contrapuestas. La primera, que según él es la de «ellos» y consiste en entender gobierno como una entidad moral que contiene atributos de razón, justicia e independencia, con un poder social abstracto. La segunda definición, que según Malatesta es la de «nosotros», definiendo el gobierno como un conjunto de gobernantes que legislan para reglamentar las relaciones del hombre, que decretan, que fuerzan al servicio militar, que castigan, que monopolizan, que declaran la guerra y que obligan a todo el mundo con la finalidad de designios particulares. Su crítica al gobierno se basa en el hecho de que los gobernantes no pueden estar excepcionalmente dotados para apartar a los propios individuos de sus deliberaciones.

Una vez rechazado por amplias razones el concepto de Estado y gobierno, Malatesta propone la anarquía como modelo social y político en sustitución del modelo que impera en la actualidad.

Según Malatesta, el anarquismo tiene una única razón de ser, y es la rebelión moral contra la injusticia. El anarquismo nace cuando alguien ve que las causas de todo mal son las luchas entre los hombres con el dominio de los vencedores y la explotación de los vencidos; la sumisión de unos ante los otros a lo largo de la historia, con el consecuente nacimiento del capitalismo, el estado y la propiedad privada.

Para Malatesta, la base fundamental del método anarquista es la libertad. Según él, anarquía significa «no gobierno», es decir que el pueblo mismo tiene que decidir lo que hay que hacer y cuando hay que hacerlo. En el caso de darse situaciones que no se puedan resolver de manera instantánea se debería elegir delegados, los cuales serían personas escogidas entre las más inteligentes pero sin ninguna autoridad sobre las demás. Añade que la organización debe empezarse desde abajo e ir subiendo gradualmente (de lo simple a lo compuesto). Su concepción organizativa se basa en la existencia de muchas agrupaciones, dentro de las cuales existen los diferentes oficios, con sus respectivos delegados. Estos serían responsables de llevar las inquietudes de la agrupación a las asambleas, cuyas conclusiones serían devueltas a las agrupaciones. La finalidad de la anarquía se puede resumir en la necesidad de que surja una organización social cuyo objetivo sea el bienestar y la libertad, la reunión y la fraternidad humana.

Su pequeña crítica al movimiento anarquista es que, según el, a pesar que no debe verse la anarquía como algo utópico y lejano, se ha descuidado mucho de qué manera se llega a ella, despreocupándose de los medios y caminos para implantarla. A la vez, hace algunas aclaraciones sobre el concepto de «anarquista» y critica el pseudoanarquista.

Según Malatesta, no basta para ser anarquista creer en el ideal de la anarquía, sino que hay que luchar para alcanzarla, reclamando siempre libertad y justicia. También rechaza el hecho de aparejar el concepto de rebelde al de anarquista. Define a los rebeldes como individuos pertenecientes a la clase oprimida que no rechazan convertirse en opresores; individuos con mentalidad y sentimientos de un burgués frustrado. Por todo esto, rechaza la confusión entre rebelde y anarquista.

Un aspecto a destacar es la crítica a la democracia representativa que hace Malatesta. En primer lugar, su crítica se centra en el sufragio universal. Éste, según el autor, se basa meramente en la cantidad, hecho que no contempla la equidad. Afirma que el sufragio universal no es nada más que la capacidad de saber engañar a la masa y que genera vencedores (con el cinismo de la mitad más uno) y vencidos. Además, el hecho de que el gobierno sea escogido por una mayoría no garantiza que éste sea racional y justo, ni que obre en favor de los intereses comunes. También añade que además de los problemas estructurales del sufragio universal, los mecanismos electorales no son capaces de representar auténticamente a las mayorías.

Para entender el origen del parlamentarismo, Malatesta nos habla de dos tipos de opresiones históricas: la opresión directa mediante la fuerza, o la indirecta, que será el origen del parlamentarismo. Así, el parlamentarismo moderno, no es más que la dominación de la clase capitalista mediante la fuerza aplicada sutil e indirectamente. El autor ejemplifica este engaño afirmando que el proletariado, en muchos países, obtiene mayorías en las elecciones del gobierno.

Esto no es más que una concesión de la burguesía para evitar que el pueblo se emancipe absolutamente. Así, el derecho de sufragio concedido al pueblo no es más que algo ilusorio y que solo sirve para consolidar el poder de la burguesía, engañando de forma descarada al proletariado. Por todo esto, Malatesta afirma que «aún con el sufragio universal, el gobierno ha continuado siendo el gendarme da la burguesía.»

Crítica al marxismo y el bolchevismo

Es importante también la crítica que Malatesta hace al marxismo y al bolchevismo que podemos resumir en cuatro puntos.

-Primeramente Malatesta afirma que el comunismo no es el resultado lógico y necesario de las fuerzas económicas sino el producto de una conciencia generalizada de la solidaridad entre los hombres, diferenciándose del concepto marxista y bolchevique de comunismo.

-En segundo lugar critica el concepto de revolución que tiene por meta instaurar el marxismo ya que para él no consiste en la toma del poder por parte de la clase obrera ni en implantar una dictadura del proletariado; en oposición a esto, Malatesta considera la revolución como un medio para liquidar a todo gobierno y para la toma de posesión, por parte de los grupos trabajadores, de la tierra y los medios de producción.

-En tercer lugar, el autor se aleja del marxismo y bolchevismo ya que para él la edificación de una sociedad comunista debe concebirse como resultado de un largo proceso evolutivo y no puede ser uniforme ni simultáneo. Para el autor «ningún sistema puede ser vital y liberar realmente a la humanidad de la atávica servidumbre, si no es fruto de una libre evolución».

-Finalmente, en relación a la definición de rebelde vista anteriormente, se puede entender, aunque sutilmente, que los individuos a los que se refiere el autor (aquellos pertenecientes a la clase oprimida que no rechazan la idea de convertirse en opresores) responden claramente a los bolcheviques y a su idea de la dictadura del proletariado.

Antiindividualismo

Ya conocemos, por lo citado en la biografía, los múltiples conflictos que Malatesta tuvo con anarquistas individualistas. El autor siempre fue contrario al individualismo, hecho que le llevó a la enemistad entre algunos grupos anarquistas. El autor afirma que la acción social no es más que el resultado del conjunto de las iniciativas individuales. A la vez, ve la necesidad de que la suma de individuos concurra al mismo objeto para evitar divergencias y oposiciones. Afirma que el socialismo libertario no es más que la voluntad de impedir que ciertos individuos opriman a los otros, negando rotundamente la falsa definición de que el socialismo libertario se basa en aumentar la independencia individual en detrimento de lo social.

Su antiindividualismo se da a conocer cuando Malatesta afirma que es imposible la existencia del individuo fuera de la sociedad. Es más, el individuo humano existe gracias a la sociedad, el entorno y la historia; entendiendo su existencia como resultado de incontables generaciones pasadas y también como resultado de la colaboración solidaria entre sus contemporáneos.

Malatesta llega a afirmar la imposibilidad del pleno individualismo ya que cualquier actitud individual influye directa o indirectamente en la sociedad. Así pues, contrapone el individualismo al concepto de solidaridad.

El concepto de solidaridad

Finalmente, es importante poner énfasis en el concepto de solidaridad, ampliamente desarrollado por el autor.

Según Malatesta, el principio básico de la anarquía es la solidaridad voluntaria. Su extensa teoría sobre la solidaridad empieza con los orígenes de ésta. El ser humano, dentro de su entorno natural, necesita asegurarse la existencia de una manera necesaria, instintiva e inconsciente, mediante dos tipos de lucha.

La primera, de carácter individual contra su entorno y contra otros individuos.

La segunda, mucho más importante, mediante la cooperación, el apoyo mutuo y la asociación contra factores naturales que niegan el desarrollo y el bienestar. Así pues, la conclusión es obvia: la cooperación es la única manera que el hombre tiene para progresar. El hombre ha podido salir del estado de animalidad gracias a su instinto de sociabilidad cooperativa, haciendo que la conservación de la especie mediante la solidaridad llegue a ser el fondo de la naturaleza moral del hombre. Malatesta destaca la adquisición del lenguaje como factor vital para llegar a la sociabilidad.

El hombre tiene la capacidad de asociarse de modo extensivo. Esto lo distingue de los animales, ya que su capacidad asociativa no llega más allá de una comunidad. Por ejemplo, las hormigas pueden asociarse dentro de un hormiguero, pero nunca con las hormigas de otro hormiguero.

Malatesta coincide con Bakunin cuando afirma que la emancipación individual no es posible sin la emancipación colectiva, mediante la solidaridad.

El autor ve la solidaridad como un concepto natural y evolutivo ligado al hombre. A pesar de esto, ve un quiebre entre solidaridad y humanidad en un determinado momento de la historia. Desde el momento en que algunos hombres descubrieron que podían aprovecharse de la cooperación y solidaridad de todos los otros, les sometieron bajo su dominación. Así, la solidaridad que tendría que haber llegado a todas las relaciones humanas, sufrió un cambió de dirección que conllevó el nacimiento de la propiedad privada y el gobierno. De este modo se ha desviado la lucha de todos para el bienestar de la humanidad por la lucha de todos contra todos. Esta situación no puede cambiar hasta que los explotados de todo el mundo no se den cuenta que su libertad pasa por la posesión de los medios de producción, de la tierra y de los instrumentos de trabajo, es decir, la abolición de la propiedad individual. Con la abolición de ésta, el gobierno, su principal defensor, también debería desaparecer de tal modo que la cooperación y la solidaridad volverían a ser libres, voluntarias y directas y se desarrollarían en el más alto grado.

Llegado el estado de anarquía la solidaridad se expresaría en la libre organización del trabajo, en la distribución igualitaria de toda la producción, y el trabajo por el bienestar de todos (siendo éste una diversión deseada ya que cada uno podría escoger aquel trabajo que se adaptase a sus inclinaciones).

Así pues, resumiendo el amplio concepto de Malatesta sobre la solidaridad, hay que decir que ésta es natural en el hombre, que en determinado momento sufre un brusco cambio para ser aprovechada en beneficio de unos pocos, siendo la propuesta del autor la reubicación de la solidaridad hacia el bien de la humanidad llegando a un estado de anarquía, mediante la supresión de la propiedad privada y del gobierno.

Como conclusión, cabe destacar el aporte de Malatesta abriendo nuevos caminos en el anarquismo del siglo XX. Éste hecho le costo el distanciamiento con los grandes clásicos, como es el caso de su alejamiento con Kropotkin.

Es interesante rescatar su concepción sobre el sistema de estado y de gobierno, su teoría sobre la solidaridad humana, su alejamiento del positivismo y su particular visión experimentadora en relación al modelo económico anarquista.

Notas

Volver arriba↑ Se desprenderá de este contexto familiar pequeño burgués al comenzar su activismo político trabajando de muchos diferentes oficios, entre ellos el de electricista.

Enlaces externos

 

EL ANARQUISMO DEL SIGLO XX: ERRICO MALATESTA

Por Ángel J. Cappelletti

Errico Malatesta no fue sólo, como algunos historiadores han creído, un activo militante, agitador y organizador, sino también uno de los grandes teóricos del anarquismo moderno. Su pensamiento representa una concepción post-positivista y post-materialista del socialismo antiautoritario. Gran amigo y admirador de Kropotkin, se separa de él en varias tesis importantes, tanto en la teoría como en la praxis.

Así como en el sabio ruso tuvieron un papel decisivo el positivismo y el materialismo mecanicista de la segunda parte del siglo XIX, en Malatesta influyen las nuevas corrientes filosóficas que surgen a fines de dicho siglo y Comienzos del XX (neoidealismo-neokantismo, etc.).

Enrique Malatesta nació el 14 de diciembre de 1853, en Santa María Capua Vetere, provincia de Caserta, (Italia), en el seno de una familia de la pequeña burguesía.

Inició en Nápoles, Campania, (Italia) estudios de medicina, que no pudo concluir, ocupado como estuvo desde la adolescencia en la actividad revolucionaria.

A los diecisiete años se puso en contacto con la Internacional y con los socialistas antiautoritarios que la representaban en Italia.

En septiembre de 1872 conoció en Suiza al propio Bakunin, de quien siempre se considerará discípulo. Bajo su inspiración, promovió en 1874, junto con Andrea CostaCarlo Cafiero, una insurrección campesina en Apulia, (Italia). Viajó después a Suiza y a España, con propósitos de agitación, y hasta intentó llegar a Herzegovina para luchar allí, junto con los servíos, contra los turcos.

En 1876 intervino en el Octavo Congreso de la Internacional; en abril de 1877 promovió otro intento de revolución popular en Benevento, Campania, (Italia). Después de una prisión de algunos meses, viajó a Egipto, donde a fines de 1878 fue detenido en Alejandría y embarcado para Italia por una supuesta complicidad en el atentado contra el rey Humberto I, pero logró escapar a Marsella, Bocas del Ródano, Provenza-Alpes-Costa Azul, (Francia) y de allí otra vez a Suiza, donde conoció a Kropotkin a comienzos de 1879.

De Suiza pasó a Rumania y estuvo en Braila, (Rumania) o Galatz, Moldavia, (Rumania) pero enfermó y se dirigió a Francia, donde permaneció hasta fines de aquel año, dedicado a la propaganda revolucionaria.

Estuvo en Bélgica y en Inglaterra, (Reino Unido) y de regreso a París, Isla de Francia, (Francia) fue condenado a seis meses de cárcel en la Santé situada en el 14 arrondissement de París, Isla de Francia, (Francia). En Suiza, otra vez detenido el 21 de febrero de 1881, pasó una quincena preso. De allí viajó a Londres, Inglaterra, (Reino Unido) donde permaneció hasta mediados de 1882; en agosto de ese año trató de unirse a las fuerzas de Arabi Pashá que luchaban contra los imperialistas ingleses, pero al fracasar el movimiento decidió volver a Italia, a donde entró por Liorna, (Italia) en abril de 1883. En Florencia, Toscana, (Italia) comenzó a publicar «La Cuestione sociale» y polemizó con Andrea Costa, entregado al reformismo y al parlamentarismo.

En marzo de 1885, para evitar una nueva condena, huyó a la Argentina, donde fundó sindicatos y promovió la organización del movimiento obrero, no sin encontrar viva oposición de parte de los anarquistas individualistas.

A mediados de 1889, de vuelta a Italia, se empeñó en reunificar los diferentes grupos anarquistas y socialistas revolucionarios, y en octubre comenzó a editar en Niza, Alpes-Marítimos, Provenza-Alpes-Costa Azul, (Francia) otro periódico «L’Associazione», aunque a fines de año tuvo que escapar a Londres, Inglaterra, (Reino Unido) requerido por la policía francesa.

En 1891 estuvo en el cantón de Tesino, (Suiza), donde se fundó el «Partido socialista revolucionario anárquico italiano», que reunía a socialistas revolucionarios del tipo de Cipriani y anarquistas propiamente dichos; realizó después una gira de propaganda por Italia septentrional y a fines de ese año y principios de 1892 estuvo en visitando Barcelona, Cataluña, (España), Madrid, Comunidad de Madrid, (España) y Andalucía, (España).

En 1893 trató de convertir en huelga general revolucionaria la gran huelga que se produjo en Bélgica en favor del sufragio universal.

En 1894 recorrió la península italiana, de Milán a Sicilia, en campaña de agitación. Durante el año 1895 se dedicó con entusiasmo a la preparación del Congreso Internacional Obrero Socialista, que se realizó en Londres, Inglaterra, (Reino Unido) entre el 27 de julio y el 1 de agosto de 1896, y en el cual una ficticia mayoría marxista consiguió expulsar a los anarquistas.

En el año 1897 Malatesta desarrolló una activa campaña de propaganda en la región italiana de las Marcas y publicó un combativo periódico, «L’Agitazione», en Ancona, Marcas, (Italia). Condenado a siete meses de cárcel y después, ante la generalizada inquietud social, en su domicilio coatto en Ustica, Palermo, Sicilia, (Italia) y Lampedusa, Sicilia, Agrigento, Lampedusa e Linosa, (Italia) pudo escapar a Inglaterra, (Reino Unido) desde donde pasó pronto a Estados Unidos.

En ese país fue calurosamente acogido por los militantes y por los obreros de las organizaciones revolucionarias en general, pero no dejó de tener problemas (como en la Argentina), con los individualistas y antiorganizadores, uno de los cuales atentó contra su vida.

En febrero de 1900 estuvo en La Habana, (Cuba) donde el 1 de marzo de ese año pronunció una recordada conferencia sobre Libertad y civilización. Desde Nueva York, (Estados Unidos) embarcó pocas semanas más tarde hacia Londres, Inglaterra, (Reino Unido). En esta ciudad permaneció trece años, ganándose la vida como mecánico electricista, dando clases particulares de italiano y francés, estudiando asiduamente para mantenerse al día con el pensamiento científico y filosófico y con la producción literaria europea, pero atento siempre, por encima de todo, a los movimientos sociales.

Durante estos años de existencia relativamente tranquila, sólo interrumpida por algunos cortos viajes al continente europeo, publicó Malatesta varios periódicos, todos de efímera vida («L’Internazionale», 1901; «Lo Sciopero generale», «La Rivoluzione Sociale», 1902; «La Settimana sanguinosa», «Germinal», 1903; «L’Insurrezione», 1905).

En 1907 concurrió al «Congreso internacional anarquista de Ámsterdam, Holanda Septentrional, (Países Bajos) donde defendió contra los individualistas la necesidad de una organización anarquista. Pero en 1907 y 1908 escribió también (en «Freedom» de Londres, Inglaterra, (Reino Unido) y «Le Reveil» de Ginebra, (Suiza)) contra la tendencia a identificar el sindicalismo con el anarquismo.

En 1912 se pronunció contra la aventura imperialista de Italia en Trípoli, apoyó activamente la gran huelga de los sastres contra el sweatingsystem y comenzó a escribir una obra teórica que debía titular La revolución social pero que, al parecer, nunca llegó a concluir.

Una nueva situación política le permitió retornar a Italia en 1913. El 8 de junio de aquel año empezó a publicar «Volontá», periódico que seguirá bajo su dirección hasta junio del año siguiente.

Fue ésta una época particularmente activa para Malatesta. En septiembre y octubre participó, junto a diferentes grupos anarquistas y socialistas, en una campaña nacional anticlerical; en abril de 1914 intervino en el Congreso organizado en Roma, (Italia) por el «Fascio Comunista Anarchico»; en junio fue actor principal de una vasta campaña insurreccional dirigida contra la monarquía de Saboya y contra el Vaticano, en la cual participaban republicanos, socialistas de diferentes tendencias y anarquistas, y que, de no haber sido por la traición de la Confederación General del Trabajo, (CGT), pudo haberse transformado en huelga general revolucionaria. El fracaso del movimiento lo obligó a volverse a Londres, Inglaterra, (Reino Unido).

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Malatesta, consecuente con su internacionalismo proletario, se pronunció por la total abstención de la clase obrera y del pueblo en la contienda de los grandes Estados.

En esta ocasión se produjo un doloroso choque con su gran y admirado amigo Kropotkin quien, como dijimos, había tomado partido por Francia e Inglaterra, considerando el carácter imperialista del gobierno alemán y la peligrosidad de su militarismo agresivo. En la revista «Freedom», donde Kropotkin y sus amigos habían defendido el punto de vista proaliado, publicó Malatesta un notable artículo titulado «Anarchists have forgotten their principles» y pocos meses después, en marzo de 1915, firmó allí mismo, junto con un grupo de conocidos teóricos y militantes, un Manifiesto en el cual repudiaba toda participación en la guerra, en cualquiera de los bandos.

Una vez acabada la guerra, pensó en seguida en volver a Italia. Casi a fines de 1919 logró hacerlo. En febrero de 1920 inició en Milán, Lombardía, (Italia) la publicación de un diario, «Umanitá Nova», que fue no sólo el más importante órgano periodístico por él dirigido sino también uno de los más notables exponentes de la prensa anarquista internacional de todos los tiempos.

En 1920 se produjo la ocupación de numerosas fábricas por parte de los trabajadores. Malatesta tomó parte muy activa en este movimiento y, si no puede decirse que fue su único inspirador, resulta indudable que estuvo entre sus principales ideólogos y animadores. Se trataba, en efecto, de un movimiento eminentemente autogestionario, que respondía mejor que a nada a la concepción anarquista de la Revolución Social.

Ya anciano, Malatesta se mostró por entonces infatigable: daba conferencias, realizaba reuniones públicas, escribía, tenía encuentros secretos con enviados de diversos lugares de la península y del extranjero, etc.

El movimiento fracasó una vez más por la defección de los socialistas reformistas de la Confederación General del Trabajo, (CGT) que, asustados del rumbo revolucionario del movimiento y temerosos de que se les escapara de las manos el poder burocrático, ordenaron a sus afiliados la desocupación de las fábricas.

Una lucha heroica y desesperada ocupó durante algunos meses la vida de Malatesta antes de la toma del poder por los fascistas y aún al comienzo de la dictadura de Mussolini. «Umanitá Nova» fue clausurada y el propio Malatesta procesado. Sin embargo, todavía entre 1924 y 1926 logró publicar la revista «Pensiero e Volontá» y aún después continuó colaborando, en artículos plenos de fe antifascista, en órganos del exterior, como «Studi Sociali» de Montevideo, (Uruguay).

Prisionero en su domicilio y exiliado en su tierra, aislado de sus compatriotas, sólo pudo durante sus últimos años mantener correspondencia con amigos del extranjero, de quienes recibía cierta ayuda económica. El 22 de julio de 1932 murió en Roma, (Italia).

La obra escrita de Malatesta es muy extensa pero consiste principalmente en artículos publicados en periódicos y revistas. Dejó, sin embargo, algunos folletos de carácter popular y divulgativo, que constituyen verdaderos modelos de la literatura del género por la claridad y concisión unidas a la solidez y profundidad de las ideas. Entre ellos sobresalen los diálogos «Entre campesinos» (Florencia, Toscana, (Italia), 1884)«En el café» (Ancona, Marcas, (Italia) 1887) y «En tiempo de elecciones» (Londres, Inglaterra, (Reino Unido), 1890).

El pensamiento de Malatesta se diferencia del de Kropotkin (que es el más difundido y aceptado por los anarquistas desde 1890 por lo menos) en varios puntos importantes, aunque no deja de coincidir con él en las tesis esenciales de la filosofía social del anarquismo.

Malatesta no acepta, por empezar, el materialismo mecanicista y evolucionista de Kropotkin, que considera como una forma más del dogmatismo filosófico. No puede mostrarse de acuerdo con la concepción kropotkiniana de la ciencia, que hace de ella el criterio del bien y del mal y el instrumento esencial del progreso moral de la humanidad. Cree, por el contrario, que ella es un arma ambivalente, y que en sí misma no tiene nada que ver con el bien y con el mal.

Desde este punto de vista sostiene, también contra Kropotkin, que el anarquismo no puede fundarse sobre la ciencia. Sabe, por lo demás, que las teorías científicas, siempre provisorias e hipotéticas, aunque constituyen un instrumento útil para la investigación no son la verdad. La idea kropotkiniana del anarquismo «científico» es, para Malatesta, un fruto caduco del cientificismo, que tiende a considerar como leyes necesarias lo que sólo es el concepto que cada uno tiene según sus intereses y aspiraciones, de la justicia, el progreso, etc.

Malatesta llega a firmar que cree tan poco en la infalibilidad de la ciencia como en la infalibilidad del Papa. Para él, el anarquismo no es ciencia ni tampoco filosofía (en el sentido de «concepción del mundo» sino un ideal ético y social, propuesto a la voluntad libre de los hombres.

En relación con este concepto surge una segunda diferencia profunda entre Malatesta y Kropotkin. Para el segundo, todo en la naturaleza y en el hombre está determinado y sujeto a las leyes universales y necesarias; para el primero, ni la ética ni la educación, ni la rebelión, ni la propaganda, ni el ideal, ni la revolución tendrían sentido alguno si la voluntad y la conducta del hombre estuvieran predeterminadas. Frente al determinismo mecanicista, la afirmación del libre albedrío se presenta en Malatesta como una exigencia ética y social; más aún, como la ineludible premisa de toda praxis revolucionaria.

Las bases de la ética y del anarquismo no se deben buscar, pues, para él, en las leyes de la naturaleza, como hacía Kropotkin, sino más bien en la lucha del hombre por sobreponerse a ellas.

En consecuencia, Malatesta se aleja también mucho del optimismo de Kropotkin y, sin caer en ningún pesimismo irracionalista, adopta lo que podría llamarse un meliorismo esto es, una fe en la posibilidad que el hombre tiene de mejorar la sociedad y de perfeccionarse a sí mismo. El hombre no es de por sí bueno ni malo, su conducta la determina parcialmente el medio, social y parcialmente queda librada a sus propias y personales decisiones.

Aunque Malatesta coincide con Kropotkin en considerar al comunismo como sistema económico ideal y aunque reconoce la necesidad de liquidar el salariado y la propiedad privada tanto de los medios de producción como del producto mismo, adopta, sin embargo, sobre todo en sus últimos años, una posición menos rígida al respecto. Opina que la revolución social debe dejar sitio para una amplia experimentación técnica y económica y que, una vez realizada, se podrán ensayar diferentes tipos de organización de la producción, desde el cooperativismo y el mutualismo hasta el comunismo.

No se conforma, por otra parte, con las más optimistas previsiones ni con la práctica de «la toma del montón», y adopta una actitud crítica, que es fruto de su larga experiencia y de su atenta observación de los hechos.

Al tratar de la abolición del Estado, Malatesta se pone en guardia frente a quienes piensan que el anarquismo no consiste sino en fragmentar el poder central en una serie de poderes locales. y lo confunden con el mero «cantonalismo». Define, por eso, la anarquía sencillamente como «la vida de un pueblo que se rige sin autoridad, sin gobierno». El gobierno, a su vez, no representa, como la metafísica política sostiene el interés general, sino, por el contrario, el interés particular de grupos y clases contra la mayoría. Sus funciones no sólo tienden a disminuir sino que crecen con el tiempo. Su esencia consiste en el uso monopólico de la violencia (física, económica, intelectual, etc.) sobre el pueblo. Según Malatesta, no hay razón suficiente alguna de su existencia: quienes lo forman no son en nada superiores a los gobernados y con frecuencia son inferiores a la mayoría de ellos. Históricamente los gobiernos surgen de un hecho de fuerza (guerra, conquista, etc.) o de la imposición por parte de un grupo social (clase, partido, etc.).

En el primer caso se trata de una simple usurpación; en el segundo, del predominio de la minoría sobre la mayoría, lo cual es también usurpación. Aun cuando surge del sufragio universal, el gobierno no representa jamás el interés de toda la sociedad, ya que el sufragio suele ser directa o indirectamente manipulado por las clases dominantes e, inclusive si no lo fuera, el mero hecho de haber sido elegido por una mayoría no garantiza en absoluto que el gobierno sea racional y justo y obre en favor de los intereses comunes. Durante mucho tiempo polemizó Malatesta con diversos sectores de la izquierda italiana (republicanos, socialistas) sobre las elecciones y el parlamentarismo. Jamás transigió con el intento de algunos anarquistas o exanarquistas, que pretendieron valerse del voto y de los cargos electivos para conseguir ciertas ventajas para el socialismo y para las clases explotadas. Veía en ello una de las más peligrosas trampas del sistema y una astucia criminal de la burguesía dominante.

Pero su más encendida polémica fue, en los últimos años de su vida, contra los bolcheviques y contra su interpretación de la revolución y del comunismo. Cuando en un mitin obrero un entusiasta de buena fe lo proclamó «el Lenin italiano», Malatesta rechazó decidida y enfáticamente el título que se le quería adjudicar. El comunismo no es, para él, un resultado fatal del desarrollo de las fuerzas económicas sino el producto de una conciencia generalizada de la solidaridad entre los hombres. La revolución que tiene por meta instaurarlo no consiste en la toma del poder por parte de la clase obrera ni en la implantación de una dictadura del proletariado, sino en la liquidación de todo gobierno y en la toma de posesión (por parte de los grupos de trabajadores) de la tierra y los medios de producción.

Por otra parte, la edificación de una sociedad comunista debe concebirse como resultado de un largo proceso evolutivo (sin que ello excluya la necesidad de la revolución) y no será uniforme ni simultánea. Proceder de golpe y efectuar una serie de cambios estructurales por decreto revolucionario, contando con el predominio de un partido obrero, como han hecho Lenin y los bolcheviques en Rusia, significa equivocar el camino: en tal caso, las masas, habituadas a una secular obediencia, aceptarán la colectivización como una ley impuesta por los nuevos gobernantes, los cuales no teniendo nada que esperar de la libre creación del pueblo se verán obligados a esperarlo todo de sus propios planes y no podrán confiar sino en la burocracia y en la policía.

Para Malatesta, «ningún sistema puede ser vital y liberar realmente a la humanidad de la atávica servidumbre, si no es fruto de una libre evolución». Teniendo ante sus ojos la experiencia bolchevique, ya encaminada por los rumbos del stalinismo, escribe en 1929:

«Las sociedades humanas, para que sean convivencia de hombres libres que cooperan para el mayor bien de todos, y no conventos o despotismos que se mantienen por la superstición religiosa o la fuerza brutal, no deben resultar de la creación de un hombre o de una secta. Tienen que ser resultado de las necesidades y las voluntades, coincidentes o contrastantes, de todos sus miembros, que aprobando o rechazando, descubren las instituciones que en un momento dado son las mejores posibles y las desarrollan y cambian a medida que cambian las circunstancias y las voluntades.»

Frente al sindicalismo y a la organización obrera, la posición de Malatesta resume la mejor tradición anarquista a la luz de la rica y variada experiencia contemporánea. Por una parte, defiende con rigor la necesidad de que los anarquistas apoyen los sindicatos, de que los creen cuando no existan y trabajen dentro de ellos cuando ya funcionan. En defensa de este punto de vista, que no es sino un aspecto de su concepción orgánica y antiatomista del anarquismo, libra una vigorosa lucha contra los individualistas, enemigos de toda organización. Por otra parte, sin embargo, debe oponerse también a quienes pretenden identificar sindicalismo y anarquismo, reduciendo el contenido y las metas de éste a las de aquél. Malatesta tiene plena conciencia de que la actividad de los sindicatos es de por sí reivindicativa y reformista, y aunque no niega la licitud y la necesidad de la lucha por el salario, por las condiciones de trabajo, por la duración de la jornada, etc., advierte la necesaria inclinación de los puros sindicalistas al oportunismo, al conformismo social y a la constitución de círculos cerrados para la defensa de intereses particulares:

«Justamente porque estoy convencido de que los sindicatos pueden y deben ejercer una función utilísima, y quizá necesaria, en el tránsito de la sociedad actual a la sociedad igualitaria, querría que se los juzgara en su justo valor y que se tuviese siempre presente su natural tendencia a transformarse en corporaciones cerradas que únicamente se proponen los intereses egoístas de la categoría o, peor aún, sólo de los agremiados; así podremos combatir mejor tal tendencia e impedir que los sindicatos se transformen en órganos conservadores.»

No disponemos de espacio para tratar de otros pensadores anarquistas del siglo XX. Baste mencionar, en Rusia, al máximo exponente del anarquismo cristiano, el gran novelista León Tolstoi; en Alemania a Rudolf Rocker, continuador de Kropotkin y autor de un monumental tratado de filosofia social: Nacionalismo y cultura, y a Gustav Landauer, que, en sus libros La revolución e Incitación al socialismo, se convierte en el teórico de la revolución permanente, concebida como lucha del Espíritu contra el Estado; en España, Ricardo Mella, más cercano a Malatesta y Landauer que a los teóricos del siglo XIX; en Francia, a Emile Armand, quien en su Iniciación individualista anarquista y en otros muchos escritos defiende puntos de vista análogos, aunque no idénticos, a los de Stirner; en Gran Bretaña, a Herbert Read, que desarrolla originales teorías estéticas y pedagógicas en La educación por el arte, Anarquismo y poesía, etc.; a los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón, en México; a Rafael Barret, en Paraguay; a González Pacheco, en Argentina; y a José Oiticica, en Brasil.

Conviene, por último, hacer notar que algunos de los más importantes filósofos de nuestro siglo, desde perspectivas muy diferentes, han manifestado posiciones afines a las del anarquismo y en ciertos casos se han identificado con sus doctrinas e ideales básicos (Bertrand Rusell, Martin Buber, Albert Camus, Jean P. Sartre, Simone Weil, Krishnamurti, etc.).

Quizá no será superfluo recordar algunos nombres de pensadores y escritores contemporáneos que pueden considerarse anarquistas en el sentido tradicional del término, como Paul GoodmanNoam Chomsky, etc., o en un sentido más lato, como Rudi Dutschke, Bernd Rabehl, Daniel Cohn Bendit, etc.

más profunda crítica del Estado) diferirá bastante, en la forma y aun en el fondo, del anarquismo clásico.

Extraído de la «Ideología anarquista» de Ángel J. Cappelletti.