Pietro Gori (1865-1911)

Pietro Gori (Vida y obra) 

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Pietro Gori (1865-1911). Nació el 14 de agosto de 1865 en Mesina, Sicilia, (Italia) y falleció el 8 de enero de 1911 en Portoferraio, Livorno, (Italia).

Fue un abogado, escritor y anarquista italiano. Además de por su actividad política, se le recuerda como el autor de alguna de las canciones anarquistas más famosas del final del siglo XIX: «Addio a Lugano», («Adiós a Lugano») «Stornelli d’esilio», «Ballata per Sante Caserio».1

De padres de Toscana, (Italia), en 1878 la familia se traslada a Livorno, Toscana, (Italia), donde muy jovencísimo, se une a una asociación monárquica, de la que fue expulsado por conducta indigna. Empieza entonces a colaborar con «La Riforma», un periódico moderado.

En 1886 se inscribe en la Universidad de Pisa, Toscana, (Italia) y muy pronto toma contacto con el movimiento anarquista de Pisa, Toscana, (Italia), del que pronto será una de las figuras más influyentes.

En 1887 fue arrestado por un artículo escrito en memoria de «los Mártires de Chicago» y por haber denunciado la presencia de barcos estadounidenses en el puerto de Livorno, Toscana, (Italia).

Al año siguiente, como secretario de la asociación de estudiantes, organiza la conmemoración del filósofo Giordano Bruno.

En 1889, se gradúa en Derecho con la tesis: «La Miseria e il Delitto”, («Miseria y crimen»).

En noviembre del mismo año publicó, bajo el seudónimo Rigo (anagrama de su apellido) un primer opúsculo “Pensieri ribelli”, (Pensamientos rebeldes), que contiene los textos de sus primeras conferencias. La publicación le valió la detención por “instigación al odio de clase”, acusación de la que sale absuelto gracias a que un nutrido número de abogados compañeros de universidad y profesores asumieron su defensa.

El 13 de mayo del año siguiente, vuelve a ser arrestado nuevamente por ser considerado organizador de la manifestación del Primero de mayo en Livorno, Toscana, (Italia). Esta vez fue condenado a un año de prisión (que se redujo tras la apelación), permaneciendo encarcelado, primero en Livorno, Toscana, (Italia), después en Lucca, Toscana, (Italia) hasta el 10 de noviembre.

Se trasladó a Milán, Lombardía, (Italia) donde ejerció como abogado con Filippo Turati. En enero de 1891, apoya las tesis de Errico Malatesta en la Conferencia de Capolago, Mendrisio, Ticino, (Suiza) en la que se decide la fundación del «Partido Socialista Anárquico Revolucionario» («Partito Socialista Anarchico Rivoluzionario»).

En el mismo año, participa en el congreso del «Partido Obrero Italiano» (Partito Operaio Italiano), celebrado en Milán, Lombardía, (Italia), y traduce para la biblioteca popular socialista, «el Manifiesto del Partido Comunista» de Karl Marx y Friedrich Engels.

A finales de año, inicia la publicación ”L’amico del popolo”, («El amigo del pueblo») un periódico que se autodefinía como “socialista anárquico”, 27 números, todos secuestrados, que le valieron otras detenciones y procesos.

El 4 de abril de 1892, en una conferencia sobre “Socialismo legalista y socialismo anárquico” celebrada en Milán, Lombardía, (Italia), explica las posturas anarquistas fuertemente criticadas por el socialismo reformista que él considera autoritario y parlamentarista. No asombra pues que el 14 de agosto del mismo año, en el congreso nacional de las organizaciones obreras y socialistas celebrado en Génova, Liguria, (Italia), Gori despunta como el mayor opositor de la mayoría reformista que decide crear el «Partido de los Trabajadores Italianos», que después pasó a ser el «Partido Socialista Italiano».

Bien conocido por la policía, en la proximidad del «Primero de mayo», fue sistemáticamente arrestado de forma preventiva. En una de estas detenciones, desde la cárcel de San Vittore de Milán, Lombardía, (Italia), escribe el texto de una de sus canciones más famosas:

Himno del Primero de Mayo (Pietro Gori) Subtítulos en español

“Himno del Primero de Mayo”. Su primera obra poética «Alla conquista dell’Avvenire» y «Prigioni e Battaglie» publicadas en los meses sucesivos se agotaron rápidamente pese a que la tirada fue de 9000 copias.

Su actividad como abogado en defensa de los compañeros y como conferenciante continuó sin pausa. En este periodo participó también, en agosto de 1893, en el «Congreso socialista» de Zurigo, Zúrich, (Suiza) del cual fue expulsado, y fundó la revista “La Lotta Sociale”, («La lucha social») que tuvo breve vida a causa de las continuas intervenciones de la autoridad.

Tras la aprobación del gobierno de Francesco Crispi de tres leyes antianarquistas (julio de 1894), Gori, que había mantenido correspondencia con Gerónimo Caserio al que había defendido en un proceso en Milán, Lombardía, (Italia), fue acusado por la prensa burguesa de ser el instigador del asesinato del presidente francés Sadi Carnot, y para evitar una condena de 5 años de cárcel, tuvo que huir a Lugano, Tesino, (Suiza).

En enero de 1895, fue arrestado junto a otros 17 políticos italianos y, tras dos semanas de cárcel, son expulsados de Suiza. En esa ocasión compuso la letra de la que será la canción anarquista más famosa:

«Addio a Lugano».

Llega a Londres, Inglaterra, (Reino Unido) donde coincide con los principales exponentes del anarquismo mundial. Tras su breve periodo inglés, viaja a Nueva York, (Estados Unidos) donde comienza una amplia gira de conferencias (más de 400 en un año) por Canadá y Estados Unidos. En este tiempo, colaboró en la revista “La Questione Sociale”, («La Cuestión Social»).

En el verano de 1896, vuelve a Londres, Inglaterra, (Reino Unido) para participar en el 4º «Congreso de la Segunda Internacional», como delegado de la unión de trabajadores estadounidenses. En la ciudad inglesa, cae gravemente enfermo y es ingresado en el «National Hospital» de dicha ciudad.

Gracias al interés de algunos parlamentarios, el gobierno le concede poder volver a Italia, aunque en un principio le obligó residir en la Isla de Elba, Toscana, Livorno, (Italia). Ya de vuelta, retoma los contactos con el movimiento anarquista y a la actividad como abogado en defensa de sus coidearios y a la colaboración en periódicos anarquistas como la “Agitazione”, («Agitación») de Ancona, Marcas, (Italia).

En 1898, el aumento del precio del pan, provocó protestas en toda Italia, ante las cuales, el gobierno respondió con mano dura. El 7 de mayo en Milán, Lombardía, (Italia), el general Bava Beccaris, ordenó al ejército que disparara sobre la masa, asesinando de 80 a 300 personas (el número varía según la fuente). La represión sobre los partidos de izquierda y los sindicatos también fue muy dura. Gori, hubo de exiliarse de nuevo para evitar una condena de 12 años de cárcel.

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Desde Marsella, Bocas del Ródano, Provenza-Alpes-Costa Azul, (Francia) embarcó hacia Argentina, donde se dio a conocer, no sólo por su actividad política con la «Federación Obrera Regional Argentina», si no también, por su actividad científica. De hecho, además de ser el promotor de sindicatos, impartió cursos de criminología en la «Universidad de Buenos Aires», (Argentina) y fundó la revista “Criminología moderna”. Allí fue maestro del argentino José Ingenieros e influenció en su viraje al anarquismo.

Gracias a una amnistía por problemas familiares y de salud, en 1902, Gori vuelve a Italia, y al año siguiente, junto a Luigi Fabbri funda la revista “Il Pensiero”, («El pensamiento»). Salvo un viaje a Egipto y Palestina en 1904, pasó el resto de su vida en Italia, ocupado en sus actividades habituales de activista político, escritor y de abogado defensor de coidearios detenidos.

Pietro Gori falleció el 8 de enero de 1911 en Portoferraio, Livorno, (Italia), dejando una amplia producción literaria que va del ensayo político al teatro, de la criminología a la poesía.

Véase.

Literatura.

  • Maurizio Antonioli. Pietro Gori il cavaliere errante dell’anarchia. Studi e testi, 2ª ed. revisada y ampliada. Biblioteca di storia dell’anarchismo 5. Biblioteca Franco Serantini. Pisa 1996. ISBN 88-86389-23-X
  • Maurizio Binaghi. Addio, Lugano bella. Gli esuli politici nella Svizzera italiana di fine Ottocento. Dadò ed. Locarno 2002.

Referencias.

  1. Nick Heath. «1862-1999: Revolutionary song in Italy». libcom.org. Consultado el 28 de octubre de 2010.

Enlaces externos.

Biografía y su visión del anarquismo.

El 14 de febrero de 2023 se cumplieron 112 años de la desaparición de Pietro Gori. Para homenajear su memoria y, sobre todo, para ofrecer al lector actual un esbozo de sus ideas, muy actuales en este siglo XXI que acaba de comenzar, ofrecemos en primer lugar su biografía, escrita por Rudolf Rocker.

A continuación, aprovechamos la excelente antología de sus escritos preparada por Franco Bertolucci y Maurizio Antonioli y publicada en el número de agosto de «A rivista anarchica»; entre paréntesis va el título de la obra de que se han sacado cada uno de los textos. En «Pensamiento Libertario» se puede leer el artículo Lo que queremos que escribió el propio Pietro Gori.

Biografía de Pietro Gori por Rudolf Rocker.

Ha sido Pietro Gori uno de nuestros mejores combatientes, un luchador y un idealista infatigable que ha contribuido poderosamente a la difusión del anarquismo en Italia y en otros países. Ha sido también uno de los oradores más elocuentes e influyentes de nuestro tiempo. Sus discursos eran obras en todo el sentido de la palabra y producían una impresión inolvidable en el ánimo de sus oyentes. Su maravillosa fuerza oratoria fue asimismo la causa por la que la vida de este hombre ha sido una larga cadena de crueles persecuciones. El gobierno lo temía sencillamente sabiendo que la influencia de sus discursos era ilimitada.

Pietro Gori nació el 14 de agosto de 1865 en Mesina, Sicilia, (Italia). Su padre era oficial del ejército y su madre, Giulia Lusoni, pertenecía a la aristocracia de Toscana, (Italia). Llevaban sus padres una vida desahogada y por eso la juventud de Pietro fue dichosa.

Gori estudió derecho en las universidades de Liorna, Livorno, Toscana, (Italia) y Pisa, Toscana, (Italia). Era todavía muy joven cuando se puso en contacto con el movimiento anarquista de Italia. Bajo el influjo poderoso de Mijaíl Bakunin, Carlo Cafiero, Andrea Costa y Errico Malatesta, ese movimiento tomó un vasto impulso durante las últimas décadas del siglo pasado.

Después del levantamiento de Benevento, Campania, (Italia) en 1877, comenzó una terrible reacción en toda Italia. Se perseguía a los anarquistas igual que a las bestias salvajes. Centenares de compañeros padecían en las cárceles. El parlamento italiano votó una ley de excepción contra los anarquistas y disolvió todas las organizaciones públicas de la Internacional. Poco después comenzó la propaganda conspiradora con sus persecuciones y sus víctimas incontables.

Cuando Gori llegó a conocer el anarquismo los tiempos eran ya más favorables. Nuevamente aparecían varios periódicos y en las ciudades y aldeas se había reanudado la propaganda verbal.

Pietro tenía dieciséis años cuando habló por primera vez en una reunión anarquista. Algunos de sus primeros discursos aparecieron entonces en un folleto, «Pensieri ribelli», («Pensamientos rebeldes») que fue confiscado enseguida. Gori fue acusado y en 1877 apareció ante el jurado de Pisa, Toscana, (Italia). Enrico Ferri defendió en esa ocasión al joven estudiante, pronunciando uno de sus discursos más brillantes. El proceso terminó con la absolución de Gori.

Pero poco después empezaron nuevamente las persecuciones. En Ancona, Marcas, (Italia) los obreros celebraban por primera vez el 1 de mayo. En la vieja ciudad anárquica comenzó un gran movimiento huelguista que provocó sangrientos choques con la policía. Gori se hallaba a la vanguardia del movimiento y la policía hizo recaer sobre él la «responsabilidad moral» de los sucesos. Fue condenado a un año de prisión. Y aunque la Cámara de Apelaciones revocó más tarde la condena, Gori casi ya la había cumplido.

En 1891 Gori se trasladó a Milán, Lombardía, (Italia). Allí realizó su examen de abogado, pero todo su tiempo libre lo dedicaba a la propaganda anarquista. Celebró centenares de asambleas y sus excepcionales cualidades de orador atrajeron a millares de personas. Ese mismo año participó en el congreso anarquista de Capolago, Mendrisio, Mendrisio, Ticino, (Suiza), junto con Malatesta, Cipriani y Merlino. A su vuelta a Milán, Lombardía, (Italia) fundó el periódico «L’Amico del Popolo». De los 27 números que aparecieron casi todos fueron confiscados, pero la policía siempre llegó tarde. Al mismo tiempo Gori actuaba también corno abogado, interviniendo en varios grandes procesos políticos.

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Con la mayor energía atacó el socialismo parlamentario y a los dirigentes del reformismo en Milán, Lombardía, (Italia); esa campaña halló una expresión interesante en su periódico y en las asambleas; más dicha campaña la desenvolvió siempre en el terreno de las ideas, evitando los motivos personales. Al propio tiempo que combatía a los reformistas en varios congresos, estaba ligado por una antigua e íntima amistad con Filippo Turati, el jefe del reformismo italiano.

En Milán, Lombardía, (Italia), Gori publicó tres tomos de poesías y de estudios literarios y además seis folletos anarquistas. Gori era un hombre italiano: el instinto del arte constituía en él una especie de herencia nacional. En sus discursos y en sus escritos reconocíase siempre al artista. Sus versos pertenecen a lo mejor que ha producido la moderna poesía italiana y recuerdan frecuentemente las formas y los ritmos de Ada Negri. Muchas de sus poesías rebeldes son cantadas por el mundo revolucionario de Italia, como por ejemplo «Il canto dei coatti«, («El canto de los forzados»), «Il canto di Maggio», («El canto de mayo») y el bellísimo himno de «Sante Caserio». Gori fue también autor de varias piezas de teatro que han sido puestas en escena con todo éxito en Milán, Lombardía, (Italia) y otras ciudades italianas.

En 1894 el anarquista italiano Sante Caserio mató a Sadi Carnot, presidente de la República Francesa. Una reacción terrible se declaró en Francia y en Italia. La prensa policial de este último país exigía una nueva ley de excepción contra los anarquistas y atacó principalmente a Pietro Gori, a quien hacía cargar con la responsabilidad moral del atentado. Caserio había frecuentado varias reuniones en que hablara Gori y éste lo había defendido años antes, en calidad de abogado, ante los tribunales de Milán, Lombardía, (Italia). De esto dedujo la prensa policial que Gori era el maestro de Caserio y el causante «moral» del atentado de Lyon, Auvernia-Ródano-Alpes, (Francia).

Poco después el gobierno italiano promulgó una nueva ley contra los anarquistas y Gori se vio obligado a abandonar el país. Cruzó la frontera francesa, pero fue arrestado inmediatamente y expulsado de allí. Entonces se refugió en Lugano, Tesino, (Suiza), la Suiza de habla italiana; más el gobierno italiano insistió tanto ante los republicanos suizos que éstos expulsaron al odiado anarquista, junto con muchos otros compañeros.

Gori se dirigió a Alemania, pasando por Holanda donde se quedó algunas semanas con Domela Nieuwenhuis y los anarquistas holandeses. Poco tiempo después llegó a Londres, Inglaterra, (Reino Unido) donde tomó parte activa en el movimiento. En aquel tiempo Londres, Inglaterra, (Reino Unido) era el centro de todos los perseguidos. Malato, Malatesta, Louise Michel, Émile Pouget y muchos otros se veían obligados a vivir en Inglaterra, (Reino Unido) debido a las leyes de excepción que regían en Francia e Italia. Gori y Malatesta desarrollaron una enérgica y provechosa campaña entre los residentes italianos en Londres, Inglaterra, (Reino Unido) y el vigoroso talento oratorio del primero atrajo a centenares de personas.

En 1895 Gori se trasladó a los Estados Unidos con el objeto de realizar allí y en el Canadá una gira de propaganda. Su éxito en América fue extraordinario; habló en todas las grandes ciudades entre Nueva York, (Estados Unidos) y San Francisco, California (Estados Unidos) celebrando más de cuatrocientos mítines. Pero ese esfuerzo constituyó un peligro para la salud.

En 1896 volvió a Londres, Inglaterra, (Reino Unido), como delegado al «Congreso Socialista Internacional». Poco después cayó gravemente enfermo y estuvo varias semanas en un hospital. Su estado seguía empeorando, cuando decidió volver a Italia no obstante el peligro a que se exponía de ser confinado en la «Siberia» italiana.

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Empero, los diputados Imbriani y Bovio plantearon el asunto en el parlamento y el gobierno declaró que no molestaría a Gori mientras éste se mantuviese tranquilo. Gori pasó cierto tiempo en la Isla de Elba, Toscana, Livorno, (Italia), enfermo, extenuado. Sin embargo, el gobierno no lo perdía de vista y todo un ejército de vigilantes y pesquisas merodeaba siempre alrededor de la casa del paciente.

Transcurrió mucho tiempo antes de que Gori recobrase la salud. Abandonó la Isla de Elba, Toscana, Livorno, (Italia) y se fue a Milán, Lombardía, (Italia), donde reanudó sus actividades en favor de sus ideas. No era posible celebrar en ese tiempo asambleas públicas porque los anarquistas estaban excluidos de los derechos civiles. Gori empezó a organizar las llamadas reuniones privadas, valiéndose de algunos subterfugios de la ley. Pero la policía cuidaba cada uno de sus pasos.

En Milán, Lombardía, (Italia) se había erigido un monumento a los combatientes de la revolución italiana. Gori fue uno de los oradores en el acto de la inauguración y pronunció uno de sus más notables discursos. Entonces el gobierno le hizo saber que lo mantendría en arresto domiciliario si llegaba a hablar nuevamente.

Poco después defendió a Malatesta y a sus compañeros ante el tribunal de Ancona, Marcas, (Italia). Su defensa fue una de las acusaciones más vehementes contra la reacción y un desarrollo maravilloso de la doctrina anarquista.

Algún tiempo después de la sublevación de Milán, Lombardía, (Italia), en la cual 300 hombres y mujeres cayeron bajo las balas de los soldados, la policía trató de arrestar a Gori y sólo por una casualidad éste consiguió huir al extranjero. Más tarde el consejo de guerra lo condenó a doce años de cárcel por considerarlo causante «moral» del levantamiento.

Gori se trasladó a Argentina, donde desarrolló una espléndida propaganda. Los estudiantes y los profesores lo invitaron a dar una serie de conferencias en la Universidad. Disertó allí sobre sociología criminal cautivando la atención del auditorio. Al mismo tiempo viajó por toda Sudamérica difundiendo por doquier las enseñanzas del anarquismo. Por encargo de la «Sociedad Científica Argentina», Gori tomó parte en una expedición a la Tierra del Fuego, Ushuaia, (Argentina) y a la Patagonia Argentina, publicando luego un brillante informe acerca de sus viajes.

La amnistía de 1902 dio a Gori la posibilidad de volver a Italia. La propaganda libertaria se había desarrollado nuevamente. Junto con Luigi Fabbri fundó la excelente revista «Il Pensiero», («El pensamiento») una de las publicaciones más importantes de la literatura anarquista. Pero la policía no lo dejó en paz. Las persecuciones contra él fueron tan violentas que el Parlamento tuvo que intervenir.

Esas persecuciones constantes obligaron a Gori a abandonar nuevamente Italia. Se dirigió a Palestina y a Egipto, mostrándose en todas partes muy activo por la causa. En 1905 volvió a Italia, gravemente enfermo. La dolencia no le permitió desarrollar una gran actividad; sin embargo, luchó hasta sus últimos momentos por nuestras ideas. Publicó varios folletos y un tomo de poesías.

Pietro Gori (1865-1911). falleció el 8 de enero de 1911 en Portoferraio, Livorno, (Italia). otros dicen que murió en la isla de Isla de Elba, Toscana, Livorno, (Italia), a los 45 años de edad.

La triste noticia se propagó por toda Italia, pues Gori era un de las figuras más populares del movimiento revolucionario de ese país. Su sepelio dio lugar a una de las demostraciones más grandiosas. Todas las organizaciones revolucionarias enviaron delegados y coronas. Millares de personas acompañaron al amado extinto a su último reposo. Todos los comercios y las fábricas permanecieron cerrados. El pueblo entero estaba de luto, porque todos sabían que Pietro Gori había sido el amigo más leal de los pobres y explotados, un verdadero profeta de la revolución social.

El anarquismo de Pietro Gori.

El Estado.

El Estado, el poder ejecutivo, el judicial, el administrativo y todas las ruedas grandes o chicas de este mastodóntico mecanismo autoritario que los espíritus débiles creen indispensable, no hacen más que comprimir, sofocar, aplastar cualquier libre iniciativa, toda espontánea agrupación de fuerzas y de voluntad, impidiendo, en suma, el orden natural que resultaría del libre juego de las energías sociales, para mantener el orden artificial desorden en sustancia de la jerarquía autoritaria sujeta a su continua vigilancia. Magistralmente definió Giovanni Bovio el Estado: «opresión dentro y guerra fuera».

Con el pretexto de ser el órgano de la seguridad pública, es, por necesidad, expoliador y violento; y con el de custodiar la paz entre los ciudadanos y las partes, provoca guerras vecinas y lejanas. Llama bondad a la obediencia, orden al silencio, expansión a la destrucción, civilización al disimulo.

Como la Iglesia, es hijo de la común ignorancia y de la debilidad de la mayoría. A los hombres adultos se manifiesta tal cual es; el mayor enemigo del hombre desde que nace hasta que muere.

«Cualquier daño que pueda derivar a los hombres de la anarquía, será siempre menor que el peso que el Estado ejerce sobre ellos». Hacen creer los gobernantes, y el prejuicio es antiguo, que el gobierno es instrumento de civilización y de progreso para un pueblo. Pero si bien se observa, se verá que, al contrario, todo el movimiento progresivo de la humanidad es debido al esfuerzo de individualidades, a la iniciativa anónima de las multitudes y a la acción directa del pueblo.

El mundo ha marchado siempre hasta el presente, no con ayuda de los gobiernos, sino a pesar de éstos, y en éstos hallando siempre el continuo obstáculo directo e indirecto a su fatal andar. ¡Qué de veces los más gloriosos innovadores en ciencias, en arte, en política, no hallaron su camino barrado, mucho más que por los prejuicios y por la ignorancia de las multitudes, por los andadores y por las persecuciones gubernativas!

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Cuando el poder legislativo y el gobierno aceptan y satisfacen en forma de ley o de decreto alguna nueva petición salida de la conciencia pública, es después de innumerables reclamaciones, de agitaciones extraordinarias, de sacrificios mil del pueblo. Y cuando los gobernantes se han decidido a decir sí, a reconocer a sus súbditos un derecho, y mutilado y desconocido, lo promulgan en los códigos, casi siempre aquel derecho se ha hecho anticuado, la idea es ya vieja, la necesidad pública de tal o cual cosa no se siente ya, y entonces la nueva ley sirve para reprimir otras necesidades más urgentes que se avanzan, que tienen que esperar a ser esterilizadas, hipertróficas, antes de que las reconozca una ley sucesiva.

Todo aquel que ha estudiado y observado con pasión los partos curiosos y extraños del genio legislativo, las leyes pasadas y las presentes, queda sorprendido al ver el sutil fraude que logra subir por derecho el privilegio, por orden el bandidaje colectivo, por heroísmo el fratricidio de la guerra, por razón de Estado la conculcación de los derechos y de los intereses populares, por protección de los honrados la venganza judiciaria contra los delincuentes, que como dice Quetelet, no son más que instrumentos y víctimas, al mismo tiempo, de las monstruosidades sociales.

Y cuando nosotros queremos combatir estos males, causa y efecto juntamente de tanta infamia y de tantos dolores, para derribar todo lo que dificulta el triunfo de la justicia, se nos llama «fautores del desorden».

Cierto; propiedad, Estado, familia, religión, son instituciones que algunas merecen la piqueta demoledora y otras esperan el soplo purificador que las haga revivir bajo otra forma más lógica y humana. ¿Pero querrá esto decir seriamente que se pasaría del «orden al desorden»? ¿Quién no desearía entonces, si se diese voz, tan contrario significado a las palabras, el triunfo del desorden?

Pero si las palabras conservan su significado, no pueden los anarquistas ser llamados amigos del desorden, ni aun considerando esto desde el punto de vista único de revolucionarios. En este histórico periodo de destrucción y de transición entre una sociedad que muere y otra que nace, los actuales revolucionarios son verdaderos elementos de orden. Tienen éstos en sus fosforescentes ojos la visión de la sublime idealidad que hace palpitar el corazón de la humanidad, que la empuja hacia el infinito ascendente camino de la historia.

Después del estampido del trueno, brilla sobre la cabeza de los hombres el bello cielo luminoso y sereno; después de la vasta tempestad que purifique el aire pestilente, estos militantes del porvenir señalan la primavera florida de la familia humana, satisfecha en la igualdad y embellecida con la solidaridad y la paz de los corazones.

(«Vuestro orden y nuestro desorden», 1889)

El capitalismo.

¿Y cómo es que el propietario comenzó a hacerse rico? Seguramente la riqueza la heredó de su padre, de su abuelo, si no fue conseguida por medio de alguna intriga vergonzosa o de algún engaño; pero, en cualquier caso, quienes le transmitieron esta herencia, ¿cómo se hicieron ricos? Sabéis bien que con el continuo trabajo, desalentador de generación en generación, vuestras familias nunca se hicieron ricas. Está claro que estos propietarios no acumularon por ventura la riqueza con su propio trabajo, sino aprovechándose del trabajo de otros.

Veamos cómo sucedió empezando con los pocos obreros que tenía al principio, quitando a cada uno de ellos una parte del salario, y no precisamente la más pequeña. Cada obrero produce 5, y 4 van al bolsillo del patrón, quedando sólo 1 al obrero; esta es la proporción más o menos exacta entre el salario y el coste de la producción entera. De esta forma, teniendo solamente dos obreros, quitando a cada uno 4, el patrón obtiene en total 8, qué es lo que obtendrían de salario ocho obreros juntos; así empezó la riqueza del propietario a elevarse sobre la miseria del obrero; con esta progresión fatal, que más enriquecía a aquél, éste se volvía más pobre, por leyes ineludibles de la competencia, viéndose continuamente disminuido su salario.

De esta forma la riqueza de uno y la miseria del otro van de la mano, aumentando; y el propietario se enriquece explotando diariamente al obrero, con un continuo y progresivo robo de su salario.

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De manera que solamente con el engaño, con el fraude y con el robo disimulado, comenzó la riqueza de los propietarios. Y en el robo cotidiano de los explotadores del trabajo de los obreros explotados, tiene su origen la denominada propiedad individual.

Para esta propiedad individual la tierra, que la Naturaleza, esta gran madre de todas las cosas, había dado a todos los hombres indistintamente, viene dividida sólo entre unos pocos, los ricos, que constriñen al obrero, si quiere vivir, a trabajar para ellos que no hacen nada: y el obrero bajó la frente y trabajó, y aceptó vilmente, casi como un regalo, cuanto los ricos quisieron darle para que no muriera de hambre.

Digo para no dejarlo morir de hambre, porque los ricos consideran a los pobres como a una máquina y nada más; y sólo para que esa máquina sea útil y no se destruya, y acabase así la vida felizmente ociosa que ellos disfrutan, los propietarios, los burgueses, los ricos dejaron que el pueblo, agotándose y consumiéndose de hambre poco a poco, se sometiera más y más; porque si la tierra produjera por sí sola la mies y los frutos, y las máquinas pudieran trabajar sin necesidad del brazo del obrero, los ricos le habrían dejado morir de hambre aguda y así mantenerse mejor como amos del mundo.

(«Pensieri ribelli», 1889)

La religión.

Antes que nada, bueno será pedir de qué religión se trata. ¡Hay tantas en este mundo! ¿Se trata de la que promete el paraíso cristiano e infantilmente amenaza con las llamas del infierno, de igual modo que a los niños buenos o malos se les promete el terrón de azúcar o el coscorrón, y que hace consistir todo el estímulo a las buenas obras en la esperanza usuraria o en el infantil miedo de gozar o sufrir… en la otra vida? ¿O es que se nos habla de la religión de Mahoma, que a sus fieles promete el goce pagano de las huríes jóvenes y bellas entrevistas detrás del humo del opio? ¿Tal vez de la religión de Confucio o de Buda, o de cualquiera otra que haya entenebrecido o anuble aún las humanas mentes? ¿De cuál se pretende hablar, ya que sus respectivos sacerdotes sostienen que la religión verdadera es la suya?

Naturalmente que, según estuviéramos en Turquía, en la India o en la China, cada una de las religiones, por boca de sus curas, nos dirigiría la dura acusación de incrédulos. Y nosotros podríamos, en todas partes, rebatir la acusación y confundir a los acusadores con una cantidad de argumentos especiales que es inútil enumerar aquí.

Pero ya que nacimos y vivimos en países donde predomina la religión cristiana y los que más vociferan contra nosotros son los fanáticos y los mercaderes del cristianismo, y sobre todo, del catolicismo, podemos dispensarnos de buscar sendos argumentos, ya que los mejores nos los suministran los mismos sacerdotes de la religión cristiana. Ellos son los que más tremendos golpes asestaron para destrucción de su propia fe. Desde el momento en que el descendiente de Pedro, el pescador, olvidó la humildad originaria del cristianismo, «religión de los pobres y para los pobres»; desde el momento en que los príncipes de la Iglesia en lugar del cilicio, las espinas y el tosco vestido se cubren con sedas, púrpura y pedrería, como todos los demás potentados de la tierra; desde el momento en que las indulgencias, los pasaportes para el paraíso, las amnistías totales o parciales del purgatorio pudieron comprarse como una mercancía cualquiera o como un favor de ministros corrompidos; desde el momento, en suma, en que la religión de Cristo cesó de ser apostolado y se convirtió en charlatanería de sacamuelas de plazuela y la iglesia se transformó, fin natural de todas las iglesias, en botica de almas y de conciencias, la ilusión del misticismo cristiano comenzó a revelarse como un embuste, como vil metal dorado que con el uso pierde su apariencia y no engaña ya al ojo del villano que hasta entonces creyólo oro del más puro.

Una vez el dogma católico se puso abiertamente de parte de los grandes contra los humildes y miserables, tan caros a Jesús, se reveló, tal como por su propia esencia debía convertirse, enemigo de la ciencia y de la libertad. Y esta tendencia invencible de toda religión hacia el fanatismo y beatería ciegos de un lado y el servilismo hacia los poderosos y dueños contra los súbditos y siervos del otro, tendencia que constituyó y constituye aún el germen de disolución del cristianismo, esta fe dejó de ser joven.

Es una fe que arrastramos como un grillete que nos impide caminar libremente hacia nuestra meta de liberación integral. Llegó la hora de que esta cosa muerta y que graba con su peso todo el de la cadena de esclavitud que arrastramos, nos la arranquemos de los pies arrojándola bien lejos de nosotros.

(«Ciencia y religión», 1896)

La guerra.

Pero consolémonos, que hoy la guerra ha perdido ya algo de su carácter primitivo; que hoy no es ya salvaje la guerra como antiguamente; que se ha convertido en científica y cínica.

¡Profanación de una palabra sagrada! La guerra científica, o sea, las preclaras dotes del ingenio, las noches de insomnio del hombre de estudio dedicadas al feroz problema de la destrucción.

En este caso, ciencia es sinónimo de maldición… Servíos de ella, ¡oh hombres!, como una diosa benéfica, para arrancar sus secreto a la naturaleza, para dar vida a las máquinas, la fuerza al carbón; utilizadla para convertir el rayo en productor de riqueza, para aligerar las fatigas del hombre, para atenuarle sus dolores, para restaurar los relajados tendones de la humana abeja en sus fatigas del trabajo cotidiano; utilizadla para horadar montañas, para regar los valles, para sanear el aire, para enlazar pueblos con pueblos en fraternal obra de solidaridad y de colaboración, a fin de que juntos procedan a la conquista del progreso y de la felicidad.

Haced de la ciencia un instrumento de civilización y no de destrucción y de muerte…

Hemos dicho que la guerra moderna es cínica, y, de hecho, la guerra científica, con la cual se matan a millares de metros de distancia los hombres, que no se conocen, que no se han visto jamás, ha perdido también la forma del culto primitivo de la fuerza y de la destreza en las armas, de que fue un ejemplo la antigua Grecia.

Los Agamenón y los Aquiles ya no son posibles con los fusiles de repetición, con las balas dum-dum y con la dinamita, la melinita y con todas aquellas sustancias explosivas tan similares en sus efectos a aquellos otros estragos de la humanidad como la bronquitis, la pulmonía, la pleuresía, etc. Hoy triunfa Moltke disponiendo serenamente sobre el mapa topográfico las banderitas rojas que indican los movimientos del enemigo y los ataques afortunados del combatiente.

Pero si mañana, sobre la azulada bóveda, una mirada pensativa pudiese contemplar la humana tragedia, con tantas vidas juveniles segadas en flor, como una hoz inexorable, y a las armas de fuego vomitando inconscientemente la muerte, tan inconscientemente como los que las cargan; si esta mirada pudiese abarcar el amontonamiento de los cadáveres mutilados y la sangre que baña la tierra, sin una lágrima de pena, sin un remordimiento, se preguntaría si toda aquella carnicería es acaso obra de un destino ciego, inexorable, que condena a los hombres desde su origen a un común matadero, o una gran locura que sojuzga al género humano, pervierte la historia y triunfa sobre el hombre arrogantemente.

(«Guerra a la guerra», 1903)

Los anarquistas.

¿Quiénes son los socialistas anárquicos? Si hacemos esta pregunta a un policía, sin duda nos responderá: «Los anarquistas son malhechores». Y la sentencia de los anarquistas independientes le dará la razón. Si preguntamos a los patronos que viven a costa de vosotros, trabajadores, pero sin trabajar, responderán que los anarquistas son unos vagos, gente que no quiere trabajar. Si preguntamos a los hombres serios y prácticos nos dirán, con un esfuerzo de benevolencia, que los anarquistas son locos de atar.

Y los gobiernos, monárquicos o republicanos, dan razón a esta gente, y mandan a los socialistas anárquicos a poblar las cárceles, los penales, y a ensangrentar los patíbulos. ¿Qué importa?

Quién está interesado en defender privilegios y sinecuras no puede ser juez imparcial de hombres que tienen como grito de guerra la abolición de todo privilegio y de toda forma de explotación.

Pero vosotros, trabajadores, que sois las víctimas, los mártires ignotos de todo un sistema social a base de latrocinio, de fraude y de mentiras, vosotros haréis justicia a las inconsistentes acusaciones que el vulgo dorado de los satisfechos y los ambiciosos os lanza a la espalda.

Los anarquistas son, trabajadores, hombres del pueblo como vosotros; sufren con lo que vosotros sufrís: la dura condena de un trabajo extenuante, mal pagado y despreciado por los ociosos regocijados. Como vosotros han recibido de sus padres, también trabajadores, en compensación a tantas fatigas, la pobreza, único y triste patrimonio. Como vosotros dejaréis a vuestros hijos, también ellos, trabajadores, dejarán el triste fruto de una fatigosa existencia, el pesado fardo de la miseria.

Vosotros sabéis que, sobre todo, los socialistas anarquistas quieren la igualdad, pero la igualdad verdadera, no la embusteramente proclamada por las leyes y brutalmente desmentida por la realidad de los hechos sociales. Pero ¿cómo es posible la igualdad en una sociedad en la que unos pocos son poseedores y los más no poseen nada, de modo que estos últimos, obligados por la necesidad, tienen que vender sus brazos a los propietarios de la tierra, de las máquinas y los instrumentos de trabajo? La igualdad social, por tanto, no será posible hasta que todos los hombres sean poseedores de las tierras, de las máquinas y de las demás fuentes de riqueza, y hasta que esta riqueza, que es el producto del trabajo de todos, sea puesta en común para todos.

Esto es el comunismo. De la comunidad de bienes materiales, o sea de los instrumentos de producción y de la producción misma, se desarrollará la armonía de los intereses del individuo con los de la colectividad, según el principio «todos para uno y uno para todos», en contraposición con la egoísta moral burguesa del «cada uno para sí». De la asociación de bienes y de las fuerzas de todos derivará la asociación de los corazones y se desarrollará espontáneamente y con grandeza un sentido de solidaridad y hermandad desconocido en la sociedad burguesa, desgarrada por la más feroz antropofagia legal y por una implacable guerra civil, que envenena y despedaza a esta moribunda sociedad finisecular.

En esta atmósfera pura, en lugar de la familia cerrada, egoísta de hoy, crecerá serena y feliz la gran familia de los iguales y libres, la familia de la que será miembro amado igualmente todo hombre, todo ciudadano del mundo; y las nuevas generaciones crecerán vigorosas y hermanadas, no como hoy, que son el fruto enfermizo e insano de fríos acoplamientos, de calculados e interesados contratos matrimoniales; no más como ahora producto anémico y epiléptico de tristes amores y de prostituciones más o menos legales. Desaparecido junto con la propiedad individual todo instinto de bajo interés personal, la unión de un hombre y una mujer no será ya un negocio en el sentido moderno y mercantil de la palabra. La unión libre, sobre las bases del amor y la simpatía: este es el lógico vínculo sexual, esta es la familia del porvenir, sin la mentira convencional del juramento civil ante el alcalde, o del religioso ante el cura.

¿Y el cura? Comenzad a combatir al cura, chillan los anticlericales, y habréis emancipado a la humanidad.

Los anarquistas responden: ¡Oh, el cura! Desaparecerá junto con la ignorancia y el embrutecimiento de la mayoría, y con el cura desaparecerán todas las mentiras religiosas borradas con el rayo vivificador de la ciencia. Mientras tanto, al cura lo combatimos también nosotros mucho mejor que los eternos abanderados profesionales de cortejos conmemorativos y fúnebres, y lo combatimos señalándolo sobre todo a vosotros, trabajadores, como el eterno aliado de nuestros opresores y explotadores, e intentando oponer la luz de la razón a la impostura de lo sobrenatural.

Pero, antes que cualquier otra cosa, reivindicamos para toda la nutrición del estómago «ya que la gran cuestión vital no es otra cosa que una prosaica cuestión de panza, oh politicastros… de panza llena» y después nutrición del cerebro y del corazón (si se me permite la metáfora), amplia nutrición de ciencia y de afectos, de instrucción y educación; reivindicaciones todas ellas de la más alta facultad del ser humano.

Pero, sobre todo, antes que nada ¡libertad! No libertad mutilada, irreconocible gracias a ese papel impreso llamado ley; no libertad administrada por bandidos de cualquier código más o menos plebiscitario «ya sean demócratas, republicanos o socialistas» sino libertad ejercida íntegramente por cada individuo, fusión de todas las actividades y de todas las iniciativas asociadas libremente por tendencias naturales, para el bienestar de todos.

Tú dirás, pueblo, que nosotros te podemos engañar cuando afirmamos que el porvenir es la gran paz, la verdadera igualdad, la infinita hermandad entre todos los hombres de la tierra.

Podremos engañarnos, pero no engañarte. ¿Qué objeto tendría? ¿Qué interés? Tú ves la suerte que nos reserva a los anarquistas la valiente declaración de guerra que arrojamos a la cara de la mafia mundial de los patronos y de los gobiernos coaligados para tu perjuicio.

No hay perdón, no hay tregua para nosotros. Y nosotros no pedimos perdón ni tregua. Paralelamente, las horcas republicanas en las que en 1887 el democrático gobierno de los Estados Unidos ajusticiaba a nuestros cuatro héroes, que cometieron el horrendo delito de decir en voz alta la verdad a la cara a las sanguijuelas de la clase trabajadora, surgió en la España monárquica y católica el cruel instrumento del garrote, y cerca de allí, en la Francia republicanísima, se han promulgado leyes idóneas para golpear a los enemigos implacables de la injusticia y de la plutocracia.

Un gobierno equivale al otro; todos los gobiernos están contra nosotros, contra todas las tiranías. Solo nosotros no nos hemos acobardado ante los sacrificios a la hora de reivindicar para todos los hombres la verdadera igualdad en el comunismo, con la supresión de toda explotación del hombre sobre el hombre, con la abolición de la propiedad individual; solo nosotros queremos la emancipación completa de la personalidad humana del yugo opresivo de toda autoridad política, civil, militar y religiosa; solo nosotros ambicionamos la libertad integral del género humano, la libertad de las libertades: la anarquía.

(«Socialismo legalitario e socialismo anarchico», 1906)

La emancipación de la mujer.

Igual que los obreros sufren la tiranía económica de la clase capitalista, las mujeres «en los usos y en las leyes» sufren la tiranía del sexo masculino. La liberación de los unos del yugo económico y la de las otras del yugo sexual solo puede ser resultado del esfuerzo colectivo de todos los humillados por esta sociedad. Igual que la emancipación de los trabajadores no puede ser obra más que de los propios trabajadores, según el dictamen de la Internacional, así la emancipación de la mujer será siempre una afirmación verbal vacía si en ella no pone manos a la obra la mujer misma. Y porque las reivindicaciones femeninas están, por mil razones y causas, unidas a las reivindicaciones obreras, y por otra parte el derecho obrero no conseguirá la victoria si la mujer se queda indolente fuera de la lucha, por ello los trabajadores tienen el interés y el deber de no descuidar el problema femenino, que es parte de la vasta cuestión social, y las mujeres tienen el interés y el deber de preocuparse con amor inteligente por la cuestión social, ya que fuera de ella el feminismo sería vana academia de unas pocas charlatanas ambiciosas.

Pero eso, al hablar de la mujer y la familia, me dirijo a la vez a vosotras, mujeres que me escucháis, y a vosotros, obreros, compañeros míos de lucha y más o menos afines a nosotros por ideas.

Existe este error, amenazador con graves efectos, incluso en medio de los combatientes de las batallas del porvenir. Por un lado, los obreros, emancipados intelectualmente, que toman demasiado al pie de la letra la teoría del materialismo histórico, según el cual no se debe tener en cuenta más que el factor económico en la valoración de los hechos sociales y en el movimiento de renovación humana, sin preocuparse de emancipar a la propia mujer y las mujeres que viven su propia vida, perteneciendo a su misma clase social. Hay que estar ciego para no comprender que la mujer constituye en el mundo la mitad o más del género humano, y que hasta que no se libere de la influencia del cura y de la sumisión a toda prepotencia, será para nosotros y para la humanidad que avanza, como una bola de plomo encadenada al pie que le impedirá caminar con soltura. Muchos se limitan a olvidar a la mujer; incluso van un poco más allá… Hoy, no vamos a negarlo, quien piensa todavía que un poco de religión es bueno para la mujer; hay quien impide a la mujer ocuparse de las más urgentes cuestiones de reivindicación social. Cuántas veces he escuchado a algún republicano o socialista decir a su mujer en medio de una discusión: «Mira, querida, vete a otra habitación; estas cosas no te interesan», y volviéndose a mí y a los demás contertulios, añadir: «¡La política no es cosa de mujeres!»

Si por política se entiende el arte malvado de gobernar y gobernar, estamos de acuerdo. No faltaría más que la mujer se mezclase en esas torpes cosas que son la vida parlamentaria y gubernativa, donde todo lo que hay de bueno en el alma humana es sofocado y transformado. Pero nosotros pensamos que no solo hay que alejar esta forma de política de la mujer, sino también del hombre. Y los anarquistas de hecho están lejos. Pero si por política se entiende el ocuparse de la vida pública, el interesarse por las cuestiones más palpitantes de la vida social, el tomar parte en el movimiento de elevación económica y moral, está claro que esta es la sana política que todas las mujeres deberían y podrían hacer, sin por ello perder su gracia innata y sus atractivos, que aumentarían.

De la misma manera, muchas mujeres, que se ocupan de esta bendita política, acaban por hacer de ella el falso concepto que precisamente hemos deplorado; y dan la máxima importancia al hecho de convertirse en electoras o ser elegidas, mezclándose también ellas en las poco decorosas luchas del poder. En vez de pensar en emanciparse ellas y las demás de las diferentes formas de esclavitud y opresión, deciden a su vez solo el poder y participar también ellas en la obra de opresión y esclavitud ejercida por los gobiernos y los parlamentos.

Estas preocupaciones tan poco dignas de su bondad y gentileza las llevan a concebir el movimiento de elevación y emancipación de la mujer como algo separado de las demás cuestiones sociales, y separado sobre todo del problema obrero; mientras que la verdad es todo lo opuesto, porque como bien demostró Bebel en su magistral libro sobre la mujer y el socialismo: la mujer no alcanzará su verdadera emancipación mientras no haya desaparecido el privilegio económico, es decir, hasta que la clase trabajadora no se emancipe de la opresión económica, siendo en gran parte la condición actual de la mujer un resultado de la mala organización económica de la sociedad.

(«La donna e la famiglia», 1900)

Libertad e igualdad.

Ya indicamos en páginas precedentes las bases sociológicas en que se funda la doctrina anarquista; veremos cómo sólo a condición de un profundo cambio de la sociedad en sus relaciones económicas, será posible un estado de cosas que garantice al hombre la libertad integral deseada por los anarquistas, para que no se produzca la opresión y la violencia organizada del gobierno y la milicia como hoy día.

La solución anarquista al problema de la libertad presupone una solución socialista al problema de la propiedad. Por eso los anarquistas son socialistas, porque no habrá igualdad verdadera más que cuando los individuos puedan disponer libremente de sí mismos, sin tener que rendir cuentas a nadie.

Yo, que me siento íntimamente anarquista, soy socialista, y eso desde que comprendí (y era jovencito) que la moderna concentración industrial, con sus sistemas de producción, despojando a la mayoría y socializando el trabajo, contiene al mismo tiempo el empuje para la reivindicación de toda riqueza a la sociedad entera, y las líneas maestras del futuro ordenamiento económico. Esta convicción socialista, en mí como en los otros, solo puede ser el resultado de sentimientos y razonamientos combinados. La primera rebelión contra la iniquidad social es la impulsada por el corazón o por la necesidad; después viene la lógica austera y fría que, emergiendo de las causas profundas de los sucesos humanos, critica, destruye y combate serenamente, sin odio y sin miedo. No es un dogma preestablecido esta fe en el porvenir de la humanidad; no es un teorema árido ni el rumiar estéril de fórmulas algebraicas. Es poesía y ciencia a la vez. Es certeza matemática, que tiene su génesis en el corazón y su vitalidad en el cerebro, y que, desafiando toda ironía y toda persecución, se presenta a la lucha como la más alta transfiguración del sentimiento.

El socialismo, en su aplicación integral, que sólo los anarquistas hacen, conduce al comunismo científico; y será un ordenamiento económico en el que la armonía del interés de cada uno con el interés de todos resolverá la sangrienta disidencia entre los derechos del individuo y los de la humanidad entera. Pero en el socialismo, que es la base económica de la futura sociedad, deben ser conciliados en la práctica los dos grandes principios de la igualdad y la libertad. De esto se deduce el vibrante y mal comprendido concepto de la anarquía: libertad de la libertad, que no será otra cosa que la coronación política necesaria del socialismo mañana, como hoy lo es la corriente claramente libertaria. La anarquía no es, como el socialismo autoritario, la humanidad sofocando al hombre. No es, como el desorden burgués, el hombre que pisotea a la humanidad. Retoma el ideal del acuerdo espontáneo de las voluntades y de las soberanías individuales para el goce del bienestar, creado gracias al trabajo de todos. Sin explotación: este es el ideal económico; sin coacción: este es el ideal político del verdadero socialismo.

Lejos de ser contradictorios, los dos términos «socialismo y anarquía» se integran y complementan a la vez. Aplicad la crítica y los postulados científicos del socialismo en política y tendréis la conclusión más libertaria que se pueda imaginar; y al viceversa, dirigida la economía burguesa la crítica que los enemigos del Estado hacen a las instituciones políticas actuales, y llegaréis por otro camino al reconocimiento de la doctrina socialista.

El socialismo significa riqueza socializada (no dividida y repartida, como irónicamente se suele decir) y la anarquía significa libre asociación de las soberanías individuales, sin poder central y sin coerción.

Imaginad una sociedad en la que todos los ciudadanos, libremente federados en grupos, asociaciones, corporaciones de profesión, arte u oficio, sean copropietarios de todo: tierras, minas, talleres, casas, máquinas, instrumentos de trabajo, medios de cambio y de producción; imaginad que todos estos hombres, asociados por una evidente armonía de intereses administren socialmente, sin gobernantes, la «cosa pública», disfrutando en común de las ventajas, y trabajando en común para aumentar el bienestar colectivo, y tendréis la anarquía ideal. ¿Es utopía? ¿Hay alguien que, conociendo siquiera superficialmente la historia de las grandes utopías humanas, podría afirmarlo?

Que el socialismo autodenominado científico (lo han bautizado así sus doctores, modestamente) sea otra cosa es indudable. Pero los socialdemócratas se apresuran, como Ferri en su Socialismo y ciencia positiva, a rechazar cualquier solidaridad, incluso teórica, con los perseguidos de hoy, negándoles el derecho a llamarse socialistas, olvidando o ignorando que el movimiento socialista popular en toda la Europa latina ha sido en principio, y en algunas partes continúa siéndolo, claramente anarquista.

Así pues, teóricamente «como concluía en otra ocasión» de la crítica económica del socialismo (aceptadas las premisas) se debe llegar lógicamente a las conclusiones matemáticas de la anarquía.

(«La questione sociale e gli anarchici»)

La sociedad futura.

Si bien no podemos decir con exactitud cómo será la forma de la sociedad futura, sí podemos afirmar (guiándonos por la experiencia histórica) que el actual ordenamiento de base capitalista deberá ceder el puesto a un ordenamiento más amplio, que esté en armonía con las nuevas necesidades colectivas, y responda mejor a la profunda revolución operada en el siglo XIX en todos los medios de producción.

Se puede creer en el materialismo histórico de Marx y en la consiguiente teoría catastrófica derivada de la concentración de capitales en pocas manos y de la proletarización «si se me permite la palabra» de la gran masa de la sociedad; se puede confiar en el oportunismo reformista que espera obtener una transformación por medio de concesiones graduales de la clase dominante; o por el contrario se puede pensar que con la fuerza de las ideas apoyada en la de los hechos, el proletariado avezado en sus asociaciones podrá por sí mismo reivindicar colectivamente todo cuanto su trabajo creó a través de los siglos.

Pero indudablemente los trabajadores, que son la inmensa mayoría de la sociedad, de un modo u otro quieren lograr esto y tienen interés en alcanzar «y por tal vía se han encaminado» una más igualitaria y satisfactoria distribución de todos los bienes producidos por ellos. Que tal transformación se efectúe bajo una forma u otra, como dicen los socialistas autoritarios o como dicen los anarquistas; pero es indudable que la transformación llegará.

Si la evolución social procede del acuerdo con sus leyes naturales, lógicamente la reacción histórica que se presenta como inevitable frente a la concentración capitalista, que crea la gran usura industrial sobre el trabajo y la consiguiente esclavitud económica del obrero bajo la forma del salariado, es el socialismo.

Por ello, vano y absurdo sería indagar y prever en este artículo en cuál de sus formas y escuelas triunfará el socialismo. Que tenga preponderancia la forma autoritaria o la libertaria, con base comunista o colectivista, lo que es cierto es que, en la nueva sociedad, al menos durante algún tiempo, permanecerán algunos residuos de los organismos pasados; de aquí la probable fisonomía multiforme de la sociedad humana al día siguiente de la desaparición del régimen capitalista.

(«Come sarà la società futura?», («¿Cómo será la sociedad del futuro?»))

 Periódico Anarquista «Tierra y Libertad» Nº 270

http://www.nodo50.org/tierraylibertad/index.html 

El teatro anarquista de Pietro Gori: Primero de Mayo.

Boceto Dramático en un Acto. Con un prólogo e himno coral.

A LOS COMPAÑEROS ITALIANOS DE LA AMÉRICA DEL NORTE

Pietro Gori

Este boceto, escrito para engañar los ratos de soledad durante una de las múltiples prisiones preventivas que he sufrido, al aproximarse el mes seductor del ánimo y de las cosas, quedó más tarde olvidado entre el montón de papeles, fruto de las horas perdidas.

Traído conmigo, no sé cómo, en América, los compañeros filodramáticos de Paterson, Passaic, Nueva Jersey, (Estados Unidos) lo sacaron de su encierro y al delito de ser autor quisieron que añadiera el de actor. Desde entonces, de Boston, Suffolk, Massachusetts, (Estados Unidos) a Barre, Washington, Vermont, (Estados Unidos) de Barre, Washington, Vermont, (Estados Unidos) a Chicago, Cook, Illinois, (Estados Unidos) y así continuando hasta San Francisco de California, (Estados Unidos) y viceversa por los Estados Unidos del Sud «como si simbolizara mi peregrinación de propaganda por América del Norte» los compañeros de las diversas localidades quisieron ver en escena al extranjero misterioso que viaja siempre caminando hacia la parte donde el sol se levanta.

La simpática acogida que acompañó a este trabajo en todas estas improvisadas representaciones y especialmente la calurosa que se le hizo en Nueva York, (Estados Unidos) cuando lo representó Jacobo Paolini, no bastan, ciertamente, a justificarlo a mis ojos como síntesis de la gigantesca Idea que lo inspiró.

No obstante, por poquísimo que valga, actualmente me es querido. Querido de recuerdos y amistades, contra los cuales nada podrá la violencia del tiempo y de los imprevistos sucesos. Y hoy que se me pide para publicarlo, quiero dedicarlo a vosotros que conmigo os complacisteis en representarlo durante este mi viaje norteamericano de 1895-96; a vosotros todos, que, con fraternal amor, entrevisteis, a través de la pobre forma que lo viste, el alma y la esencia de mi pequeño drama.

Y si al leerlo impreso revivís las dulces y felices horas de aquellas inolvidables noches pasadas en vuestra compañía, y que a menudo acudirán a mi memoria, no creeré ya tiempo perdido el empleado en escribir este boceto de la Esperanza, allá lejos, en la triste Celular de Milán, Lombardía, (Italia).

Siempre vuestro.

Pietro Gori. 

Kansas City, Mo., marzo, 1896.


Primero de mayo

Boceto dramático en un acto

PERSONAJES:
Una señora vieja
Un joven, su hijo
Un campesino viejo
Una campesina joven
El extranjero
Un obrero
Un marinero
Coro interno

La acción se desarrolla en un campo de la Alta Italia, cerca del mar. Época: estos últimos años de siglo moribundo y de agónica civilización.

La escena, tanto en el prólogo como en el drama, representa la pendiente de una colina llena de verdor. Una balaustrada, tras la cual se ven los campos en flor, y el mar cierra la escena en el fondo. En medio de la balaustrada un cancel practicable. Delante, a la derecha, una casita rústica; frente a ésta, a derecha de la escena, la casa señorial, vetusta y severa. Las puertas de ambas abiertas.

El sol inunda el campo con torrentes de luz. El ambiente es de paz y alegría. Al levantarse el telón se oye a lo lejos el sonido de las campanas que saludan el primer día de mayo.

PRÓLOGO

(El actor que debe declamarlo se adelanta apenas se alza el telón y mientras se apagan las últimas vibraciones de las campanas, que a lo lejos tocan a fiesta).

Este cuadro o boceto de ocasión
simboliza una transformación:
La joven campesina de alma ardiente,
pura, gentil, magnánima y valiente,
que despreciando la fatal rutina
otro mundo más justo se imagina
y sigue al extranjero misterioso
en pos de amor sublime y no engañoso,
es la idea que lucha y que redime
a todo aquel que entre cadenas gime;
y el extranjero el hado que nos guía
a un porvenir de paz y de armonía.
y es el joven enfermo el que comprende
Y ama y sueña y a lo justo tiende,
pero débil de cuerpo, ya cansado
no acierta a desprenderse del pasado;
gran corazón que a la verdad se adhiere
pero que al fin encadenado muere.
El viejo campesino, simboliza,
la ignorancia, que forja y eterniza
las cadenas que adora y que respeta
y a las cuales el mismo se sujeta.
Es el privilegio la vieja dama
que a nuestra sociedad justa le llama,
porque encuentra corriente y natural
que unos vivan muy bien y otros muy mal.

(Señalando alternativamente la casa rústica y la señorial)

Este es el tugurio miserable.
Aquel es el palacio confortable.
Aquí el obrero hambriento que padece,
que todo lo construye y lo carece.
Allí los que a la holganza se reducen
y se lo llevan todo y no producen…
Este es el argumento del Poema
síntesis general del Gran Problema…
más estas frases, senda ya trazole:
Laggiú, verso la parte donde si leva il sole*. [* Allá, hacia la parte donde se eleva el sol]
Caminando orgullosa hacia el Oriente,
majestuosa, altiva, omnipotente,
la Idea toda paz, luz y armonía,
a los creyentes y animosos guías
al mundo prometido y deseado
y allá en el porvenir ya vislumbrado.

(Señalando el mar y el campo)

Allá en los verdes prados sonrientes,
en los frescos jardines florecientes;
sobre las casas blancas que al mar miran
y a cuyos pies las olas que suspiran
se estrellan dulcemente, hoy día primero
de mayo venturoso del obrero,
sonríe sin cesar la primavera
y ondear se ve al viento una bandera…
Esa alfombra de mágica hermosura
salpicada de flores y verdura,
esos campos que activos productores
cultivaron a fuerza de sudores,
y esa enseña que besa el manso viento
con blando y apacible movimiento:
Son los frutos, ¡Oh pueblo! producidos
por tus huestes inmensas de oprimidos;
y el estandarte del trabajo honroso
que da al aire sus pliegues orgullosos.
Salud, ¡oh, primavera!, a tu hermosura
¡Salve a tu juventud y galanura!
Salvando las fronteras y los mares
llegan acá suspiros a millares
y a través de fronteras y océanos
surge el rebelde grito en los humanos.
¡Grito sublime de furor profundo
que un día habrá de redimir al mundo!

(Coro interno, en los lejanos campos)

¡Mayo!… ¡Mayo!…

¿Oís?… ¿Oís los acordados sones
que lanzan hasta el cielo las naciones?
¿Oís del himno el armonioso canto?
con ese himno de tan dulce encanto
marcha del hombre la altanera prole
Laggiú, verso la parte donde si leva il sole!

(Mientras el actor se retira, las voces lejanas entonan el Himno del Primero de Mayo. Durante todo el coro, Ida, que sale de la casa rústica, después de haber sembrado de flores el umbral de la casa señorial, mira ansiosamente los campos)

HIMNO DEL PRIMERO DE MAYO
(Música del coro de «Nabucco» del maestro Verdi)

Ven, ¡oh mayo!, te esperan las gentes,
te saludan los trabajadores;
dulce Pascua de los productores
ven y brille tu espléndido sol.
En los prados que el fruto sazona
hoy retumban del himno los sones
ensanchando así los corazones
de los parias e ilotas de ayer.
Desertad, oh falanges de esclavos,
de los sucios talleres y minas;
los del campo, los de las marinas,
tregua, tregua al eterno sudor.
Levantemos las manos callosas,
elevemos altivas las frentes,
y luchemos, luchemos valientes,
contra el fiero y cruel opresor.
De tiranos, del ocio y del oro
procuremos redimir al mundo,
y al unir nuestro esfuerzo fecundo
lograremos al cabo vencer.
Juventud, ideales, dolores,
primavera de atractivo arcano,
verde mayo del género humano,
dad al alma energía y valor.
Alentad al rebelde vencido
cuya vista se fija en la aurora,
y al valiente que lucha y labora
para el bello y feliz
porvenir.

(Con los últimos sones del Canto de Mayo, Ida, tras haber mirado nuevamente hacia los campos, hace un gesto de júbilo y entra en la casa rústica)

ESCENA I

La señora vieja y el joven, entran por el fondo tiernamente abrazados.

JOVEN. – Madre mía, hoy estoy triste…
VIEJA. – Acaso estos cantos plebeyos…
JOVEN. – ¡Oh no, madre!… Siento el vacío en el alma…
VIEJA. – Y sin embargo, hubo un tiempo, ¿recuerdas?… en que el cariño de tu madre te colmaba de gozo…
JOVEN. – (Tocándose la cabeza) Creo que estoy enfermo…
VIEJA. – (Abrazándolo con efusión) ¡Ah! No lo digas, no repitas esto…
JOVEN. – (Sacudiendo tristemente la cabeza) Todos estamos enfermos… enfermos del corazón…
VIEJA. – Son estos tiempos malditos que os envenenan la sangre…
JOVEN. – No maldigas los tiempos. Todo es fatal en el mundo; la vida y la muerte, el mal y el bien…
VIEJA. – (Con dolor) Pero dime, dime… ¿Qué se hizo aquella felicidad que se reflejaba antes en tu rostro?
JOVEN. – (Señalando el corazón) Siento el vacío… aquí…
VIEJA. – ¿Qué te falta para ser feliz?… eres rico…
JOVEN. – (Con amargura) Sí, pero tengo la miseria en el alma…
VIEJA. – (Señalando la casa paterna) Y esta casa tuya, esta casa que un día resonó tus infantiles juegos… Y aquellos campos, estas colinas, estos viñedos que tuyos son…
JOVEN. – (Con ironía) ¡Míos!… ¡Míos!… ¿Por qué?
VIEJA. – Son la herencia de tu padre…
JOVEN. – ¡Acaso producen por sí solos!…
VIEJA. – Pero ¿qué dices?… Aquí están los campesinos para trabajarlos…
JOVEN. – Entonces estos campos no son míos.
VIEJA. – ¡Hijo mío!… temo de veras que estés enfermo.
JOVEN. – Estoy en mi cabal juicio… (Conduciendo a su madre hacia la verja) Mira mamá… estos surcos en los cuales el grano germina; estas colinas cuyos alineados viñedos se cubren de verde; estos prados tan maravillosamente cultivados… ¿Quién ha hecho todo esto?
VIEJA. – Pero si no hay necesidad de decirlo… los campesinos…
JOVEN. – Y nosotros, ¿qué hemos hecho, pues?
VIEJA. – Nada, naturalmente… ¡somos los dueños!
JOVEN. – (Con voz trémula) Nosotros somos… me da vergüenza decirlo; somos… (Pronuncia una palabra al oído de su madre)
VIEJA. – (Levantando las manos al cielo en actitud de dolorosa sorpresa) ¡Oh dios mío!… está enfermo… está enfermo de veras…
JOVEN. – ¡Ah madre!… el vacío está aquí (Señalando al corazón).
VIEJA. – Ven hijo mío… Vamos a tu casa natal… el espíritu encontrará la paz entre los recuerdos de la infancia… (Lentamente conduce al hijo hacia la casa).
JOVEN. – (Una vez en el dintel, observa el ramo de flores que depositó Ida y se detiene sonriendo) He aquí el saludo de mayo… ¡Qué delicadeza de sentimientos!… ¿Fuiste tú?…
VIEJA. – (Bajando confundida la cabeza) No… lo confieso…
JOVEN. – (Tomando el ramo y dirigiendo una mirada amorosa a la casa rústica) Esto no puede ser más que el saludo de la primavera… el pensamiento de la juventud…
VIEJA. – (Atrayéndolo con dulce violencia hacia la casa paterna) Ven… Ven conmigo (Entran).

ESCENA II

Ida la campesina, sola; luego el extranjero.

(Ida, apenas los dos han entrado, sale de su casa, corre hacia el dintel de la casa patronal y manda un beso, con un gracioso movimiento de la mano, hacia el interior.)

EXTRANJERO. – (Asomando al cancel) Muchacha, dame un sorbo de agua… por favor.
IDA. – Con mucho gusto (Corre hacia su casa y vuelve con un jarro que da al Extranjero) Toma…
EXTRANJERO. – (Después de haber bebido) Gracias, muchacha…
IDA. – (Con infantil curiosidad) ¿Quién eres?…
EXTRANJERO. – Un extranjero… un peregrino que va lejos… muy lejos.
IDA. – (Abriendo el cancel) ¿Quieres descansar? Entra.
EXTRANJERO. – (Entrando) ¡Me detendré unos instantes… ya que eres tan amable!… (Arroja al suelo el saco que lleva a sus espaldas y se tiende encima)
IDA. – ¿Estás cansado?

EXTRANJERO. – Mucho…
IDA. – ¿Es largo tu viaje?
EXTRANJERO. – Debo andar… andar hacia allá, hacia levante… He cruzado montes y colinas; he atravesado ríos y mares. Los abrojos del bosque me han destrozado los vestidos y la carne; el calor del verano quemó mi sangre, las lluvias invernales han marchitado mi rostro… pero yo he caminado… sin miedo… hacia la parte donde se eleva el sol.
IDA. – ¿Y cuándo llegarás a tu país?
EXTRANJERO. – Debo cruzar aún otros montes y otros valles, atravesar otros ríos y más mares… el verano sucederá al invierno, los cálidos vientos a las heladas lluvias… y yo andaré aún, frente a mis ojos, sin miedo… hacia la parte donde se eleva el sol…
IDA. – ¡Qué extraña peregrinación! (Pensativa) Y dime: ¿es bello tu país?…
EXTRANJERO. – (Entornando los ojos como absorbido por el esplendor de un interno sueño) ¡Oh, sí!; ¡bello… infinitamente bello!
IDA. – (Como atraída por la sugestión de aquel sueño) ¡Oh, cuéntame las bellezas de tu país!… (Sentándose a su lado)
EXTRANJERO. – (Como transportado por la evocación de los recuerdos) Es allí… el país feliz hacia la parte donde se eleva el sol… La tierra es de todos… como el aire, como la luz… Los hombres son hermanos… El ocio no existe, no anida el odio… la única ley, la libertad… el único vínculo, el amor… Para todo el bienestar… para toda la ciencia. La mujer no es esclava, sino la compañera, confortadora del hombre. La miseria es desconocida… la igualdad garantizada por la armonía de los derechos… No hay parásitos, ni ejércitos… no más guerras… las madres felices… los viejos son los maestros de la infancia… se educa a los niños en el amor al trabajo, a amar a sus semejantes… La juventud bendecida es la pacífica vanguardia del porvenir… Caminamos… caminamos. Está allí, el país venturoso… allí, hacia la parte donde se eleva el sol.
IDA. – (Con entusiasmo) ¡Oh, mi sueño!… ¡Este es mi sueño!
EXTRANJERO. – (Mirando a Ida sorprendido) ¡Cómo! ¿Tú soñaste mi país?… (Levantándose)
IDA. – (Suspirando) ¡Qué lástima que tan sólo sea un sueño!
EXTRANJERO. – Pero no, muchacha, es realidad… sólo se trata de llegar…
IDA. – ¡Ah! Con qué placer te seguiría, extranjero…
EXTRANJERO. – ¿Tienes novio?
IDA. – (Suspirando) ¡Ah! Éste es otro sueño…
EXTRANJERO. – Di… ¿lo tienes?
IDA. – (Bajando la cabeza) Sí…
EXTRANJERO. – ¿Y el amor no te basta?
IDA. – (Alzando la frente con orgullo) No…
EXTRANJERO. – ¿Qué más quieres aún?
IDA. – (Con entusiasmo) La libertad…
EXTRANJERO. – (Con aire misterioso) Entonces… si él no quiere ponerse en camino… ven conmigo…
IDA. – (Con convicción) ¡Oh, vendrá!… v
endrá él también.

ESCENA III

El obrero, el extranjero, Ida.

OBRERO. – (Con la chaqueta al hombro acercándose al cancel) Buenos días, muchacha…
IDA. – (Con sorpresa) ¡Cómo!… ¿vas al trabajo… el día primero de mayo?…
OBRERO. – ¡Ya lo creo!… El principal nos ha amenazado con despedir al que hoy no se presente a trabajar…
EXTRANJERO. – (Con curiosidad) ¿Quién es el principal?
OBRERO. – Toma… el amo.
EXTRANJERO. – (Con sorpresa) A no engañarme, tú eres un hombre…
OBRERO. – (Entrando sonriente) Un hombre de carne y hueso…
(Entretanto, Ida se aleja hacia el fondo, mirando al campo)
EXTRANJERO. – ¿Y un hombre puede tener un amo?…
OBRERO. – Sí; cuando es pobre.
EXTRANJERO. – (Con creciente asombro) ¿Y qué has hecho para merecer ser pobre?
OBRERO. – He trabajado desde la mañana a la noche, sin tregua ni descanso…
EXTRANJERO. – Y tu amo, ¿qué hizo para que mereciera ser rico?…
OBRERO. – Pues, se ha cansado… consumiendo lo que yo y mis compañeros hemos producido.
EXTRANJERO. – (Asombradísimo) ¿Y por qué esta ley?
OBRERO. – Porque el amo dice que el capital y las máquinas son suyas…
EXTRANJERO. – (Acercándose afectuosamente al obrero) Trabajador, ¿quieres un consejo?
OBRERO. – Escucho.
EXTRANJERO. – Haz que el amo comprenda, un solo día, que el trabajo, solamente el trabajo, es el creador de todo…
OBRERO. – (Precipitadamente) ¿Qué debo hacer?
EXTRANJERO. – A estas máquinas que dan la riqueza al amo, y a vosotros obreros la miseria, diles: «Basta por hoy»… y ven conmigo…
OBRERO. – (Sonriendo) Comprendo… Así el mundo pensará que las máquinas no producen por sí solas…
EXTRANJERO. – Y sacarás por conclusión que todo es obra de los trabajadores.
IDA. – (Reaparece en el fondo de la escena llamando en alta voz con dirección al campo) Eh… marinero, ¿dónde vas?
MARINERO. – (La voz del marinero lejana) Voy al trabajo…
IDA. – (Siempre en alta voz) No vayas, escúchame…
MARINERO. – (La voz más cerca) Voy en seguida, bella muchacha.
IDA. – No importa… Quería solo decirte que hoy desertarás del trabajo.
MARINERO. – (La voz más cercana aún) ¿Por qué?
IDA. – ¿Pero no sabes que hoy es el Primero de Mayo?

ESCENA IV

El marinero y dichos.

MARINERO. – (Entra en escena, detrás del cancel, con traje de trabajo) Heme aquí… ¿Qué decías?
IDA. – ¿Nos has oído hace poco el canto en el campo?
MARINERO. – Sí; el canto de mayo…
IDA. – ¿Por qué vas, pues, al trabajo?
MARINERO. – Porque el armador quiere que zarpemos hoy, a todo trance…
IDA. – Pues espero que no irás…
MARINERO. – ¡Si fuese el amo!…
IDA. – Es verdad… tú eres el esclavo… ¿y por qué besas tus cadenas?
MARINERO. – (Pensativo) ¿Qué dices?
IDA. – (Con inspirado acento) Escúchame, extranjero; y vosotros, obrero, marinero, escuchadme… Mi lenguaje os parecerá extraño en boca de una mujer. No puedo explicarme de dónde proceda esta voz que hoy habla por mi boca. Una canción misteriosa flota desde esta mañana en el ambiente… ¿Son, acaso, los dispersos suspiros de todos los muertos de hambre?… ¿De los mineros sepultos en los pozos oscuros? ¿De los obreros destrozados por las máquinas, o de los niños y de los viejos que el frío mató?… ¿Acaso son de los soldados que el cuartel o el campo de batalla engullen?… ¿Acaso este canto misterioso es el saludo de los trabajadores enviado de un extremo a otro del mundo?… ¿Es la sonrisa de la esperanza que renace con las flores de mayo, o el rumor de las armas dirigidas contra esta resurrección del hombre?… Yo no sé, no acierto a explicármelo… pero sí puedo deciros que, de la gran familia de los trabajadores, el que hoy falte al pacto de fraternidad es un cobarde…
EXTRANJERO. – (Estrechando con efusión la mano de Ida) joven, tú eres digna del país hacia el cual me encamino.
IDA. – El país de mis sueños.
EXTRANJERO. – (Solemnemente) El país está allí… hacia la parte donde se eleva el sol.
MARINERO. – (Con resolución) Puede el armador amenazar cuanto quiera; el buque no zarpa hoy. Los compañeros me escucharán.
OBRERO. – El taller hoy permanecerá cerrado, sabré… persuadir a mis hermanos.
IDA. – De este modo los amos no osarán decir que dejáis el trabajo por amor al ocio.
MARINERO. – ¿Acaso puede decirlo el armador que sólo ha visto sus naves en el puerto?
OBRERO. – ¿Y el industrial que contempla sus máquinas con las manos metidas en los bolsillos?
IDA. – ¿O el propietario de los campos que sólo asoma cuando hay que embolsar el producto del sudor de los demás?
EXTRANJERO. – ¡Pobres condenados a la eterna fatiga y a la miseria eterna! ¿Por qué no venís a mi país… al plácido país de la igualdad y de la libertad?
OBRERO. – Pero yo sólo poseo mis brazos…
EXTRANJERO. – ¿Acaso no son una riqueza allí donde el trabajo tenga derecho a la vida?
MARINERO. – Dime extranjero: ¿se me aceptará de buen grado?
EXTRANJERO. – Allí cada ciudadano del mundo encuentra su patria, cada trabajador su natural y grandiosa familia…
OBRERO. – (Resueltamente) Pues bien, ven conmigo al taller a recordar a mis compañeros el deber de solidaridad, y luego vengo contigo…
MARINERO. – Dejadme llevar a mis compañeros del mar las palabras que nos enseñó esta muchacha y yo también iré con vosotros…
EXTRANJERO. – (Contemplando a Ida con pasión) Y tú, bella y valerosa joven, ¿vendrás?
IDA. – (Dándole la mano en señal de solemne promesa) Antes de partir, pasa de nuevo por aquí… Habré yo hablado con él… lo persuadiré…
EXTRANJERO. – (Mirándola fijamente) Tengo tu palabra…
IDA. – (Con firmeza) Vendré…

(Salen todos menos Ida)

ESCENA V
El joven e Ida

JOVEN. – (Saliendo de su casa con tembloroso paso) Tengo miedo… tengo miedo en mi casa… (Ve a Ida y en su semblante irradia el gozo) ¡Ah!, ¿eres tú? (Abrazando con efusión a la joven que se abandona en sus brazos) ¿Eran tuyas aquellas flores?… ¿Lo he adivinado?
IDA. – (Con alegría) Lo adivinaste… Dime, ¿por qué tardaste tanto?
JOVEN. – Pero mi corazón no te había olvidado.
IDA. – (Acariciándolo) ¡Qué pálido estás… y que triste!
JOVEN. – (Con temblorosa voz) Es que tengo miedo… Ida, tengo miedo. Estoy enfermo y mi casa hace descender el frío a mi alma…
IDA. – (Sorprendida) ¿La casa de tus padres?
JOVEN. – ¡Cuán tétrica es!… Hace renacer todos mis infantiles miedos…
IDA. – Cálmate… estás a mi lado… ¿no me ves?
JOVEN. – (Respirando con voluptuosidad) ¡Oh! aquí sí, aquí si que se respira… A tu lado siento el suave calor primaveral, pero en aquella casa no… no quiero entrar. (Estrechándose a Ida)
IDA. – Pero allí está tu madre que te adora y te espera…
JOVEN. – (Con tristeza y terror) ¡Mi madre!… Sí, es verdad; pobre mujer… ¡me quiere tanto!
IDA. – Tú no eres feliz, confiésalo…
JOVEN. – ¿Yo feliz?… (Con amarga sonrisa)
IDA. – Y sin embargo, eres joven… bello, rico…
JOVEN. – Pero yo no vivo… me aburro… la pobreza de los demás me entristece… mis riquezas me avergüenzan… Además, mírame bien… ¿no ves que estoy enfermo?
IDA. – Pero no; tú eres fuerte y vigoroso…
JOVEN. – (Moviendo tristemente la cabeza) Te engañas. Mi mal está aquí… y aquí… (Señalando la cabeza y el corazón)
IDA. – (Con ternura) Mi amor te curará.
JOVEN. – Y si no me cura, no hay salvación para mí… (Bajando la voz y con terror misterioso) Oye, querida mía; a ti puedo confesarlo. Esta enfermedad es la herencia de las culpas de mis padres… éstos gozaron demasiado, como los tuyos mucho sufrieron. (Con voz lúgubre) Me transmitieron la sangre envenenada…
IDA. – (Sacudiéndole dulcemente) Tú deliras… torna a la realidad de la vida que es para nosotros amor y gozo… Escucha y oirás los cantos de augurio primaveral… las voces del mayo obrero… las arcanas voces que anuncian una nueva juventud del mundo a los hombres de buena voluntad…
JOVEN. – (Con éxtasis al oír estas palabras) ¡Oh! habla… habla… siento que el bálsamo desciende a mis heridas, aquí… (Señalándose al corazón) Comprendo que se llena el vacío…
IDA. – ¿No sabes?… hoy las abejas humanas reposan… ¡pobres abejas industriosas!… ¡se fatigan tanto durante el año!… Tienen derecho a esta pascua de las flores y de la esperanza…
JOVEN. – (Absorto) Sí, es verdad, ¡tienen derecho a este descanso!…
IDA. – Además… debo decirte una cosa, extraña e interesante… (Vacilando)
JOVEN. – Por qué te detienes… Habla, pues…
IDA. – Hoy pasó por aquí un extranjero… un extranjero misterioso que camina… hacia la parte donde se eleva el sol…
JOVEN. – (Con viveza) ¿Dónde se eleva el sol?…
IDA. – Es allí… hacia oriente, el país dichoso. La tierra es de todos, como el aire y la luz… Los hombres son hermanos… Esto y mucho más me dijo el extranjero… y este país de iguales y libres mi fantasía lo ve… lo he soñado…
JOVEN. – ¿Lo has soñado?
IDA. – (Como arrastrada por la visión de una realidad vivida) ¡Qué sueño más miedoso al principio!… Estaba perdida en una llanura… una llanura infinita y desierta… La tempestad rugía sobre mi cabeza… la lluvia me azotaba el rostro con violencia, el viento silbaba entre las desnudas ramas… no recuerdo cuántas veces caí, cuántas me levanté. Caminaba, desesperadamente… marchaba, siempre hacia oriente, donde sonreía una faja de azulado cielo. Al llegar al extremo de la llanura encontré aún una cuesta áspera y espinosa… al llegar a la cima miré al valle lleno de sol… y vi…
JOVEN. – (Con ansiedad febril) Di… ¿qué viste?
IDA. – (Estática al evocar la belleza de su sueño) La ciudad misteriosa… el país feliz… La tierra en la cual el trabajo es blasón de nobleza. En la que el odio y el ocio no existen… Única ley la libertad… el único vínculo el amor. Para todo el bienestar… para toda la ciencia. La mujer no es esclava, sino compañera del hombre…
JOVEN. – (Con transporte) Sólo a este precio merece el sueño que fuera realidad… La sangre bulle rejuvenecida en mis venas… Ida, ¿dónde está el extranjero?
IDA. – Pasará por aquí antes de marcharse.
JOVEN. – (Con entusiasmo) Nos iremos con él…
IDA. – ¿Y tu madre?
JOVEN. – Se consolará.
IDA. – ¿Y la casa de tus padres?
JOVEN. – ¡Ah! Esta casa… la detesto.
IDA. – Mira que hay que andar mucho… caminar sin miedo, sin cansarse… Atravesar montañas y colinas, ríos y mares. Los abrojos de los bosques destrozarán nuestros vestidos y nuestra carne… el calor de los veranos quemará nuestra sangre, las lluvias invernales amoratarán nuestros rostros…
JOVEN. – (Con entusiasmo) ¡Si precisamente esto es lo que deseo… la lucha… la peregrinación misteriosa y fatal hacia el país de las gentes libres e iguales!

ESCENA VI

El campesino viejo, Ida y el joven

CAMPESINO. – (Llamando con duro acento desde el interior de la casa) ¡Ida!… ¡Ida!
IDA. – (Sin moverse) ¿Qué quieres?
CAMPESINO. – (Refunfuñando) Siempre estás fuera de casa
IDA. – Busco aire y luz, padre…
CAMPESINO. – (Saliendo de casa con los instrumentos de trabajo) ¡Qué poca consideración para con los viejos!… (Al ver al joven señorito, cambia de tono y se vuelve humilde y obsequioso) ¡Ah! Mil perdones, señorito, no sabía que usted estuviese aquí… (Se quita respetuosamente el sombrero y deja los aperos a un lado) Me alegro… me alegro.
JOVEN. – (Obligándole a cubrirse) Vamos, cúbrase usted… un viejo trabajador no debe humillarse ante nadie…
IDA. – He aquí una cosa que no quiere comprender nunca…
CAMPESINO. – (Lanzándole una mirada de reproche) Es que yo no soy tan valiente como tú…
IDA. – Padre, yo te respeto y te compadezco porque eres el pasado… pero yo, que soy joven, pertenezco al porvenir…
CAMPESINO. – ¡Eres una hija muy extraña tú! En nada te pareces a los tuyos. Ya lo sé… Todo el mundo te lo critica… Ninguna campesina de tu edad habla como tú… Nadie te entiende…
JOVEN. – Es que la inmensa mayoría no pueden comprenderla porque viven aún entre tinieblas y ella vierte palabras de luz…
CAMPESINO. – (Sorprendido) ¡Palabras de luz!
JOVEN. – (Con vivacidad) Sí; y el vulgo, plebeyo o aristócrata que sea, no sabe comprender las cosas grandes y bellas.
CAMPESINO. – (Con humildad) Ya que usted lo dice… me callo la boca… (Disponiéndose a recoger las herramientas)
JOVEN. – ¿Dónde va usted?
CAMPESINO. – Al campo… a trabajar…
JOVEN. – ¿No celebráis la fiesta del trabajo?
IDA. – Mucho se lo rogué esta mañana, pero él se ha empeñado en trabajar…
CAMPESINO. – ¿Acaso el hombre no ha nacido para trabajar?
JOVEN. – El hombre ha nacido para vivir; el trabajo sólo es una necesidad. Pero cuando muchos ociosos se benefician de sus mejores frutos, el trabajo se convierte en una maldición.
IDA. – Y precisamente para recordar esto a los ociosos del mundo los trabajadores hoy hacen fiesta.
CAMPESINO. – ¿Esto significa el Primero de Mayo?
IDA. – Significa algo más también. Quiere decir que las callosas manos de los que siempre súdan se han buscado para darse el apretón del dolor, y se han apercibido de que forman la cadena de un nuevo pacto. Significa que mayo, después de los inviernos sin fuego ni pan, torna hoy con la bandera de la redención y con las floridas guirnaldas en las frentes bañadas de sudor. Quiere decir que los pueblos, después de tantos estragos y fratricidas guerras, quieren al fin combatir por la independencia de la humana nación. Quiere decir que todo esto es inevitable, como es inevitable que de aquí a un año vuelva otra vez mayo, la eterna juventud; como dentro de pocos meses es inevitable que de estas flores madurarán las mieses, fruto del despreciado trabajo…
JOVEN. – (Entusiasmado y lleno de emoción) Joven, tú eres el viviente símbolo de una Idea…
CAMPESINO. – (Moviendo la cabeza con indiferencia) Este lenguaje será muy bello, pero yo no alcanzo a comprenderlo. (Tomando otra vez sus herramientas) Amo mío… debo ir a trabajar. Si no se trabaja, no se come.
JOVEN. – Y sin embargo, yo como sin trabajar…
CAMPESINO. – Y yo trabajo sin comer… Bah, dejémonos se razones…
IDA. – ¿Pero no ves?
CAMPESINO. – Veo… veo… Pero entretanto, ¿cómo haríamos si los amos no nos hicieran trabajar?
JOVEN. – ¿Y nosotros cómo nos arreglaríamos para vivir si vosotros con vuestro sudor no nos mantuvierais?
CAMPESINO. – Pero ustedes tienen la riqueza…
IDA. – La riqueza, y todo aquello que del trabajo deriva, ¿acaso no es obra de los trabajadores?
CAMPESINO. – (Melancólicamente) No digo que no… ¡pero el mundo ha andado siempre así! ¡Qué le hemos de hacer! Es una desgracia nuestra.
JOVEN. – ¡Vuestro mal!… es que vosotros lo queréis. Ni siquiera queréis ver que sois esclavos y miserables.
CAMPESINO. – (Inclinándose humildemente) Si usted lo dice, señorito, no tengo nada que objetar. (A Ida desdeñosamente) Pero tú… ¿Qué derecho tienes para hablar mal de los amos?
IDA. – El derecho de ser libre… como tú tienes el deseo de continuar siendo esclavo.
CAMPESINO. – (Con sorda cólera) Veremos, veremos dentro de pocos meses. El trabajo de los arrozales te quitará estos humos de la cabeza… Este año irás tú también.
IDA. – (Con firmeza) ¡Al arrozal!… ¡Yo!… ¡Jamás!…
CAMPESINO. – (Trémulo de rabia) Entonces te echaré de casa.
IDA. – (Resueltamente) Me iré… tanto mejor… lo deseaba, pero al arrozal no. (Con repugnancia) Las he visto, a aquellas pobres mujeres, trabajando entre los corruptos miasmas… lívidas, acabadas, destrozadas… Allí… con la boca casi en contacto con la putrefacta agua. Las he visto… bajo los rayos de un sol despiadado, con sus piernas flacuchas, mordidas por las sanguijuelas de los lodazales. Yo las he visto, cuando volvían a su país, amarillas, convertidas en esqueleto, con la maldita fiebre en la sangre…
JOVEN. – (Con terror) ¡Oh! Cuánta monstruosidad…
IDA. – (Persistiendo) Ya sé que el trabajo es condición de vida. Pero aquella es una fatiga bestial… retribuida con pocos céntimos en tanto envilecimiento… ¡Desgraciada sociedad la que pisotea de tal modo a la mujer!… Prefiero rebelarme… rebelarme a ti, padre mío, que ni siquiera tienes el valor para protestar… Me rebelo en nombre de todas estas desconocidas víctimas de la avaricia de unos pocos. No quiero, no, no quiero que mi juvenil sonrisa la apaguen los miasmas del paludismo… no quiero, no, que mi sangre virgen la chupen las sanguijuelas de los arrozales y estas otras sanguijuelas que viven en los palacios… Es allí, hacia la parte donde se eleva el sol… donde existe un país feliz…
JOVEN. – (Fantaseando) ¡El país de tus sueños!
IDA. – (Radiante con la espléndida visión) Allí detrás de la llanura difícil… ¡Cuánta paz! Lo traduce el mismo sonido de las dulces palabras… la mujer no es esclava, sino la compañera del hombre… desconocida la miseria… la igualdad garantida por la armonía de los derechos… No hay parásitos, ni ejércitos, no más guerras… las madres felices… los viejos son los maestros de la infancia… se educa a los niños en el amor al trabajo, a amar a sus semejantes… La juventud bendecida es la pacífica vanguardia del porvenir…
JOVEN. – (Completamente sugestionado) Es allí… allí, ¡hacia la parte donde se eleva el sol!…
IDA. – (Impresionada) Vuelve… lo siento… lo adivino…
JOVEN. – (Con ansiedad) ¿Quién?… Dime…
IDA. – Él… el extranjero misterioso…

ESCENA VII

El extranjero, el obrero, el marinero y dichos.

EXTRANJERO. – (Se detiene en el dintel de la verja con aire majestuoso. El obrero y el marinero esperan en el fondo con sus sacos a la espalda) ¿Y bien?
IDA. – (Adelantándose resuelta) Estoy pronta…
CAMPESINO. – (Avanzando amenazador) ¿Dónde vas?… Dime: ¿Dónde vas?
IDA. – (Con firmeza y serenidad) ¿Qué te importa a ti, pobre viejo?… Te he amado, y te he servido… y te venero aún, a pesar de mi marcha… (Besando la mano al viejo, que queda como quien ve visiones) Pero tú no me has comprendido… no podías comprenderme… porque tú eres esto que muere… y yo lo que nace… Tú eres la esclavitud y yo la libertad… Por esto me voy…
JOVEN. – (Con suplicante acento) Deja que te siga…
CAMPESINO. – (En el colmo de la confusión) ¡Pero estos se han vuelto locos!
IDA. – (Al joven con solemne acento) ¿Estás dispuesto a arrostrar los furiosos vendavales y las implacables tempestades… el sol ardiente y las heladas exterminadoras?…
JOVEN. – (Con pasión) Estoy dispuesto a afrontar la muerte para serte feliz…
IDA. – (Dándole la mano) Sé, pues, mi compañero.
JOVEN. – (Disponiéndose a marchar) Adiós, vieja casa de mis padres…

ESCENA ÚLTIMA

La señora vieja y dichos.

VIEJA. – (Apareciendo en el dintel de su casa) ¡Hijo!… ¿Dónde vas?
JOVEN. – (Se detiene de pronto, y como sobrecogido de un temblor súbito) Madre… ¿por qué me detienes?… Me iba al país de la felicidad. (Pasándose la mano por los ojos) Me había vuelto joven… animoso… y ahora la negra noche vuelve a descender a mi corazón…
VIEJA. – (Con dolor, acercándosele) ¿Así cambias el cariño de tu madre?
JOVEN. – (Con creciente dolor) ¡Madre mía! Este cariño es tirano.
VIEJA. – (Con amargura) Ve, pues si quieres… no quiero detenerte. Abandona la casa de tus padres, todo lo venerable que te enseñé a respetar y ante las cuales hasta el presente te arrodillaste… olvida los recuerdos que deberían ser sagrados. Rebélate a tu pasado, al amor de tu madre… Haz lo que quieras… Sigue a esta mujer y al destino que la conduce allí, hacia lo desconocido…
JOVEN. – (Sollozando) ¡Madre mía! Si supieras cuánto me destrozan el corazón tus palabras cuando lo encadenan… ¡Oh, Ida! Bella mía, ya no tengo fuerzas para seguirte… me tiemblan las piernas… ¿Cómo podría resistir la fatiga de esta larga marcha?…
IDA. – (Conmovida, pero con serena firmeza) Si no tienes fuerzas para seguirme… quédate…
JOVEN. – (Con ansiedad) ¿Y tú?
IDA. – Yo… (Con dolorosa energía) Marcharé a pesar de todo…
VIEJA. – (A Ida con desdén) Vete, vete… fuiste tú quien lo redujo a este estado…
CAMPESINO. – (Con servil humildad) Señora, yo también la rechacé, porque tuvo la osadía de rebelárseme…
IDA. – (Con acento grave y calmo) Os perdono por amor a esto que no comprendéis…
VIEJA. – (Desdeñosamente) ¡Cómo!… ¿Te atreves…?
JOVEN. – (Vacilante y apoyándose en Ida) No, madre… no la maltrates… Viejo, no la maldigas… Ella fue el único rayo de sol de esta pálida juventud… (Llevándose ambas manos al corazón) Helo aquí… Helo aquí el mal que vuelve… (Apretándose las sienes) Siento el vacío… aquí… (Vacila)
VIEJA. – (Acercando una silla y obligándole a sentarse) ¡Hijo mío!, perdona a tu madre sus palabras de amargo reproche…
JOVEN. – (Con voz débil y sonriendo melancólicamente) Lo sé… lo sé que creíste hacerme un bien… aun cuando me arrebatabas la libertad, la luz, el aire… me matabas por exceso de cariño…
VIEJA. – (Sollozando) ¡Hijo!… No me hagas llorar…
JOVEN. – (Con voz entrecortada por el sollozo) Tú no tienes la culpa de que te educara así… Todo es fatal en el mundo: el mal y el bien… la vida y la muerte. Además, esta enfermedad es la herencia de mis padres… es un castigo tremendo… porque mis padres gozaron mucho… como tus padres, ¡oh, Ida mía! sufrieron también mucho…
CAMPESINO. – (Tristemente) Y sufrimos aún.
JOVEN. – Pero vendrá el día de la reparación… vendrá… (Extendiendo las manos como en actitud de solemne promesa) Lo afirmo ante el florecer de este mayo que abre las rosas que ornarán mi tumba…
VIEJA. – (Abrazando con desesperación a su hijo) No, no morirás… tú no debes morir…
JOVEN. – (Como galvanizado por una fuerza superior, se levanta apoyado en su madre) Oye… ¿sabes cómo había soñado morir? Como un luchador de la vida… mirando de frente el sol… y desplegando al viento mi bandera… (Agita los brazos con febril entusiasmo y luego se deja caer cansado, en la silla) Y en cambio… ¡cuán negra la noche que desciende a mi vista!… ¿Dónde está el sol?… Madre… ¿Dónde está la primavera?… (Temblando) ¡Siento frío!
VIEJA. – (Sollozando) Deja que te caliente con mis besos… (Se arrodilla ante él y cubre las manos de besos)
JOVEN. – (Con velada y entrecortada voz) ¡Qué fríos son tus besos, madre mía!… (Señalando con terror el muro de cerca) Cuánta oscuridad arroja aquel muro… (Temblando) Madre… mamá… manda que derriben aquel muro.
VIEJA. – (Sollozando) Todo lo que quieras…
JOVEN. – (Se levanta con un esfuerzo violento y da algunos pasos vacilando) Quiero el aire… el aire… la luz… Ida… (Como si quisiera coger algo con las manos en el vacío) Ida… ¿Dónde estás?…
IDA. – (Acudiendo y sosteniéndole) Aquí… a tu lado.
JOVEN. – (Delirando) Quiero ir… contigo allí… al país donde todo… es amor… y luz… (Intenta dar unos pasos y vuelve a caer desplomado en la silla) ¡Ah, no!… La tiniebla me aferra… me encadena… (Un instante de silencio angustioso. Ida a un lado y la vieja por otro se arrodillan cerca del moribundo)
VOCES. – (Voces lejanísimas repiten, muy lentamente, las últimas cuatro estrofas del canto de mayo, hasta que cae el telón)
JOVEN. – (Levanta la temblorosa cabeza como reanimado por el sonido del canto) ¡El canto! ¡El canto de mayo!… (Con esfuerzo supremo se arrodilla ayudado por las dos mujeres. El rostro del moribundo se ilumina con súbito gozo) ¡Oh, primavera… de la esperanza humana… el moribundo te saluda…! (Buscando con temblorosa mano) Ida… ve… ve allí… al país de la felicidad… Ve… te lo ruego… (Con un último esfuerzo de energía) ¡Lo quiero!… Por la memoria de nuestros amores… tú eres bella y animosa… otros más animosos y fuertes que yo te seguirán. Deja estos desolados países… donde todo es oscuridad… adiós (Besa la mano de Ida y cae agonizante, en la silla)
IDA. – (Llorando) Adiós… pobre amor mío… (Se aleja sollozando)
EXTRANJERO. – (Grave y solemne se acerca para sostenerla) Ven… tu destino es allí… (Se aleja lentamente)
JOVEN. – (Con apegadísima voz, buscando con los ojos una imaginaria luz) Ve… ve… Que yo oiga a lo menos el rumor de tus pasos… que te acercan a la meta… los acompañaré… con los últimos latidos… de mi corazón…
EXTRANJERO. – (Desde el dintel de la verja se vuelve con reposado y solemne gesto a Ida, al obrero y al marinero, que se agrupan a su alrededor) Jóvenes… en marcha… y adelante… Allí… hacia la parte donde se eleva el sol…
JOVEN. – (Con un esfuerzo desesperado tiende los brazos ansiosamente, mientras los labios, agitándose convulsivamente, repiten las últimas palabras) Donde… se eleva… el sol… (Queda inmóvil con la cabeza reclinada sobre el hombro. La señora y el campesino lloran silenciosamente. Desde los campos lejanos, llegan los cantos de mayo, con cadencia dulcísima)

CAE EL TELÓN: http://www.nodo50.org/tierraylibertad/5articulo.html

Himno del Primero de Mayo (Pietro Gori) Subtítulos en español

Publicado el 21 sept. 2012

Para activar o desactivar los subtítulos en español aprieten el botón que dice «CC». Como notaran, no es una traducción exacta, sino que es una adaptación para cantar.

Este himno de los trabajadores fue compuesto por el anarquista italiano Pietro Gori. La escribió a finales del siglo XIX. La música es del coro «Va, pensiero» de la ópera de Giuseppe Verdi «Nabucco». La versión en castellano fue publicada en el Cancionero Revolucionario de Ediciones Tierra y Libertad (Burdeos, 1947).

Esta es la historia del primero de mayo (la verdadera, la que no te cuentan ni los medios de comunicación, ni la escuela ni los partidos políticos):

El 1º de Mayo de 1886 la «Unión Central Obrera de Chicago», adherida a la Asociación internacional de los Trabajadores (AIT) de finalidad Anarquista Declaró la huelga que paralizó cerca de 12.000 fábricas a través de los EEUU. En Detroit, 11.000 trabajadores marcharon en un desfile de ocho horas. En Nueva York, (Estados Unidos) una marcha con antorchas de 25.000 obreros pasó como torrente de Broadway a Unión Square; 40.000 hicieron huelga. En Cincinnati, Hamilton, Ohio, (Estados Unidos) un batallón obrero con 400 rifles Springfield encabezó el desfile. En Louisville, Jefferson, Kentucky, (Estados Unidos), más de 6000 trabajadores, negros y blancos, marcharon por el Parque Nacional violando deliberadamente el edicto que prohibía la entrada de gente de color. En Chicago, Cook, Illinois, (Estados Unidos), la huelga, paró casi completamente la ciudad.

Los días siguientes se realizaron concentraciones por los 2100 obreros despedidos de la fábrica Mc Cormicks. Mientras August Spies daba su discurso. Un centenar de obreros se acercó a la fábrica para que quienes continuaban trabajando allí se solidaricen con sus compañeros. La policía arremetió contra la multitud, dejando seis muertos y muchos heridos más.

Spies y sus compañeros llamaron a una manifestación para el día siguiente en la plaza Haymarket, Chicago, Cook, Illinois, (Estados Unidos) miles de personas se concentraron allí, los anarquistas toman la palabra, transcurriendo así la noche. Terminaba ya Fielden su discurso, cuando la policía ordena disolver el mitin. De repente se produce un impresionante estruendo. cayeron al suelo más de sesenta policías heridos y un muerto. Otros siete mueren luego.

La represión se desata sobre toda la ciudad. Son detenidos ocho referentes anarquistas. August Spies, Michael Schwab, Adolph Fischer, George Engel, Louis Lingg, Albert Parsons, Samuel Fielden y Oscar Neebe fueron sometidos a juicio.

Estas son las palabras de algunos de los anarquistas condenados durante su juicio:

August Spies:
«Mi defensa es su acusación, mis pretendidos crímenes son su historia… puede sentenciarme, honorable juez, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois, ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad»

Louis Lingg:
«No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos, es por la Anarquía, y puesto que es por nuestros principios por lo que nos condenan, yo grito bien fuerte: ¡Soy anarquista! Los desprecios, desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!»

Adolph Fischer:
«Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno… pero si he de ser ahorcado por profesar ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente… lo digo bien alto: dispongan de mi vida»

Relato de la ejecución por José Martí, corresponsal en Chicago, Cook, Illinois, (Estados Unidos) del diario La Nación: (…) «salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…»

La culpabilidad de los condenados nunca fue probada.

Primero de mayo: ¡NADA QUE FESTEJAR!
El primero de mayo se conmemora a los compañeros anarquistas ejecutados a muerte en Chicago, no solo por luchar por 8 horas de trabajo, sino por luchar por un mundo totalmente diferente, sin dinero, sin gobiernos, sin estados, sin religiones. ¡No murieron por plata o poder político ni fama, murieron por todos nosotros!
Ahora nos toca a nosotros luchar por ese sueño.
¡VIVA LA ANARQUÍA!

Joe Fallisi – Amore Ribelle (Amor Rebelde, Pietro Gori) Subtítulos en español

Publicado el 24 sept. 2012

Amore Ribelle fue compuesta por el poeta de la anarquía, Pietro Gori, en el año 1894. Esta hermosa versión es interpretada por Joe Fallisi un gran tenor italiano que interpreto un amplio repertorio de canciones anarquistas y operas. Les dejo la letra en español:

Amore Ribelle:

A tu amor, pequeña niña,
otro amor yo prefería.
Mi amante es una idea,
a la que dedico mis brazos y mi corazón.

Mi corazón aborrece y desafía
a los poderosos de la tierra,
y mis brazos dan guerra
a los cobardes y los opresores.

Porque amamos la igualdad,
nos llaman criminales.
Pero somos trabajadores
que no quieren ningún patrón.

Rebeldes, ondeamos nuestras
banderas ensangrentadas.
Y derribamos los muros que nos
separan de la verdadera libertad.

Si tú quieres, mi niña querida,
aquí abajo los combatiremos.
Y en el día que venceremos,
te devolveré mis brazos y mi corazón.

Y mi blog, donde pueden descargar esta y muchas más canciones de Joe Fallisi y Pietro Gori.

http://musicaypeliculasacratas.blogspot.com/search/label/Joe%20Fallisi